pincho de tortilla y caña
Damisela en apuros
Todo el mundo sabe que ella es la única que puede convencer a Biden de que es hora de bajarse del Air Force One
El bonzo
El lento del grupo
Si Joe Biden tuviera el punto de lucidez que casi todo el mundo le niega renunciaría a su carrera política no sólo para preservar al país de las consecuencias indeseables de tener un presidente senil, sino para poner a buen recaudo el buen nombre de ... su esposa. Ella ostenta el récord de haber sido la primera dama en compaginar la actividad como consorte de un presidente norteamericano con un trabajo remunerado en la sociedad civil. A diferencia de sus predecesoras entró en la Casa Blanca de puntillas y mantuvo una actitud reservada y discreta, alejada de la tentación de influir en los asuntos de alta política que se dirimían en el despacho oval. Se ganó la reputación de saber estar en su sitio, centrada por completo en su labor profesional como profesora de inglés en un colegio de Virginia y en el cuidado de su marido. Sin embargo, su reciente aparición en la portada de 'Vogue' ilustrando el titular entrecomillado «Nosotros decidiremos» la ha colocado en el centro de una tormenta que puede arruinar su reputación de mujer invisible. En condiciones normales esa frase no hubiera significado gran cosa, sólo una proclama más en el 'maremágnum' de una de las campañas electorales más reñidas de la historia, pero hace mucho que las condiciones de la batalla presidencial dejaron de ser normales y Jill Biden parece haber asumido la responsabilidad de protagonizar en primera persona la noticia más trascendente del último lustro.
Todo el mundo sabe que ella es la única que puede convencer a su marido, como hizo Lady Bird Johnson en 1968, de que es hora de bajarse del Air Force One y asomarse al atardecer en la bahía de Delaware. La semana pasada, una veintena de mujeres de Filadelfia le enviaron una carta, publicada después en el 'Washington Post', en la que podía leerse: «Es momento de que una generación más joven tome las riendas de una manera que detenga al Sr. Trump en seco y construya sobre el legado de su esposo en lugar de permitir que sea destruido». Su silencio, sin embargo, se ha vuelto ensordecedor y hay quien teme que Jill Biden, después de 47 años de matrimonio, quiera emular la conducta de Nancy Reagan, apodada en sus últimos días de poder vicario como 'la dragona', y erigir un muro alrededor de su hombre para protegerle de la acusación de demencia que ya campa a sus anchas en los periódicos del mundo entero. El periodista Matt Drudge, muy influyente en Washington, tituló su artículo en la web: «Jill la cruel se aferra al poder». Muchos la acusan de abuso de una persona de la tercera edad y 'The Economist' la ha proclamado «defensora en jefe». Pincho de tortilla y caña a que si los ancianos demócratas con derecho a voz acaban culpándola de poner en peligro la victoria del partido, harán con ella lo que hacían los indios Oglaga con los enemigos de la tribu: la llevarán ante una bellísima mujer, enteramente vestida con blancas pieles de alce, para que la aniquile en señal de justicia. Y Biden, probablemente, ni siquiera será consciente de que, retirándose, habría podido acudir en su rescate.
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