Él era mi Martín Vázquez
Tres parecían ser sus principios irrenunciables: informar, opinar de forma libre y plural y tocar los cojones, probablemente en ese orden
Las dos muertes de Antonio Herrero
Cuando Antonio Herrero era inmortal, por Federico Jiménez Losantos
En septiembre de 1988 empezaba COU y seguía sin explicarme cómo era posible que el PSV nos hubiera robado la Copa de Europa. Después de eliminar a puerta cerrada al Nápoles de Diego y San Genaro, al campeón Oporto y al Bayern de Mathaüs, mi ... adorado Martín Vázquez se quedó sin orejona por culpa del cerrojo que plantearon Van Breukelen, Soren Lerby o Vanenburg y lo que más me dolía es que ninguno daba para titular en el Madrí de la Quinta del Buitre. Mi otra preocupación, insignificante comparado con lo que acabo de describir, era mi futura profesión. Mi padre, decisivo a la postre, era médico pero estaba poseído por la tinta y los transistores. Muchas noches me hacía acompañarlo al VIPS para comprar la primera edición de 'Diario 16' (entonces no me explicaba las razones que le impedían esperar a la mañana siguiente y maldecía a Pedro J. y al frío; años después lo entendí de sobra) y, desde que recuerdo, la voz de García (nuestra casa no era muy grande que digamos) me arrullaba hasta el sueño. También me decía, mi padre, no García, que Manolo Veláquez hubiera sido mi jugador si hubiera nacido 10 años antes. De modo que se podría decir que, sin yo tener voz ni voto, mi padre me hizo el favor de afiliarme a las únicas dos organizaciones por las que he tenido sentimiento de pertenencia en toda mi vida: el Real Madrid y Antena 3 Radio. Amanecía con Antonio Herrero, estudiaba con García-Juez, cenaba con Balbín y trasnochaba con 'Gomaespuma' (los sábados de 2 a 4 de la madrugada). Aquella emisora diseñada por san Manuel Martín Ferrand era mi familia pero, al igual que con 'la Quinta', mi Martín Vázquez era Antonio.
'El primero de la mañana' empezaba como el 'Just what I needed' de los Cars pero con violines a continuación en vez de la guitarra de Ric Ocasek y, a partir del «amigos, muy buenos días…», Antonio empezaba a disparar como Leo en 'Muerte entre las flores', a todo y a todos. Tres parecían ser sus principios irrenunciables: informar, opinar de forma libre y plural y tocar los cojones, probablemente en ese orden. La información era la columna vertebral de su propuesta radiofónica. No se conformaba con repetir las noticias de los periódicos de esa mañana, las quería propias. Todo el programa, da igual la escaleta, estaba supeditado a la información en un mundo, hay que recordarlo, donde no había internet. YouTube está plagado de momentos informativos entre los que destacan sus aportaciones en la liberación de Ortega Lara o el día en que consiguió hablar en directo con Jose, un yonqui al que convenció de que atracar un banco con rehenes no era tan buena idea como parecía al principio. La opinión en su programa era libre de verdad, esa que consigue que el presidente del Gobierno te bautice como 'sindicato del crimen', esa que provoca que las emisoras se cierren, y realmente plural, no de cuota como la mayoría de los programas y los medios actuales. Reunir a Herrero de Miñón, Santiago Carrillo y Ernest Lluch no era una excusa para parecer plural, directamente lo era. El contrapoder era el tercer mandamiento. Sin alineamientos, trajo por la calle de la amargura al felipismo y, en menos de un año desde la «amarga victoria», consiguió que Aznar lo señalara como inconveniente ante la atónita mirada de sus irreductibles Luis Herrero y Jiménez Losantos.
En el 92, una maniobra empresarial impulsada por el ubicuo Mario Conde acabó con el sueño periodístico de Antena 3. Antonio, que no había nacido para pintar monas a cambio de un sueldo, decidió abandonar la emisora junto con García y Luis Herrero. Su despedida fue un manual de periodismo: «Soy incompatible con cualquier concepción sectaria del periodismo. Soy incompatible con monopolios, con pasteleos con el poder de cualquier signo o con el periodismo dirigido desde los despachos, me da igual que sean de los bancos o de los ministerios. Soy incompatible con periodistas que se autoamordazan». Si en ese momento hubiera hecho un llamamiento para enrolarse en el Titanic, me hubiera apuntado sin pensarlo dos veces.
Como cualquiera puede imaginar, quise estudiar periodismo pero mi padre, el que me metió el veneno en la sangre, se negó en redondo y esto es lo más cerca que he conseguido llegar. A Antonio Herrero su padre no hubiera podido negarle nada. Fundamentalmente porque le habría importado un pimiento.
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