café con neurosis
Dinero e intimidad
Ya estoy resignado a que me espíen y clasifiquen en Internet; pero no quiero que los que están detrás de un algoritmo conozcan mi día a día
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Ya estoy resignado a que me espíen y clasifiquen en Internet; pero no quiero que los que están detrás de un algoritmo conozcan mi día a día
Siempre pago en efectivo. Como si fuera un narcotraficante de provecho. Desde hace más de cuatro años. ... Estaba harto de que, a los pocos minutos, o a las dos horas de pagar en un restaurante con una tarjeta, recibiera un correo electrónico, o un mensaje de móvil, con un texto más o menos parecido a éste: «Luis, ¿qué tal tu experiencia en el asador 'La Brasa'? Cerca de allí hay otros restaurantes que serían de tu agrado…bla, bla, bla». Es decir, que sabe que me llamo Luis, y que, al parecer, no soy vegano, sino partidario de comer la carne asada de los herbívoros. Eso, con un solo pago. Al cabo de un año, conoce más de mí que el detective Philip Marlowe, y sin ningún esfuerzo, porque en aquel tiempo los detectives tenían que escarbar en la basura del sospechoso para saber qué medicinas tomaba, y aquí, gracias a la tarjeta que la mayoría tiende en la farmacia, unos tipos saben si padeces estreñimiento, insomnio, flujo vaginal, hemorroides o chancros venéreos. Cuando digo unos tipos, digo el resultado de un algoritmo, que sabe más de ti que el inspector de Hacienda.
Ya estoy resignado a que me espíen y clasifiquen en Internet. Si consulto, por ejemplo, las tarifas de un hotel de París, ya sé que en un par de días recibiré ofertas de hoteles de París, vuelos de avión a París, viajes a Francia, etcétera, etcétera. Pero no quiero que los que están detrás de un algoritmo, cruzando datos, conozcan mi día a día, como nunca lo conoció ni siquiera mi madre, cuando estaba en este mundo.
En cierta ocasión, hace muchos años, sufrí espionaje telefónico, cuando no existían los móviles. No es agradable, pero los que hemos vivido en los medios de comunicación no tenemos rubor de que los demás sepan lo que pensamos, porque somos unos indiscretos y lo decimos todos los días, en un periódico o en una emisora de radio. Me parece mucho más grave la compleja y exacta disección que se puede hacer de una persona a través de sus compras, sus viajes, sus desplazamientos, sus gustos, sus hábitos, y hasta su horario de dormir.
Ayer, Daniel Caballero, publicó en este periódico un interesante reportaje denunciando el ilegal veto de algunas empresas, incluidas las estatales, a pagar en efectivo. Y me asombró que hubiera tan pocos rebeldes. Pero aumentarán. No porque seamos corruptos sindicalistas andaluces que no quieran pagar con tarjeta en los prostíbulos -hay que ser insensatos o tontos contemporáneos para abonar servicios sexuales con una tarjeta- sino por el irrenunciable derecho a la intimidad. Y, frente a la comodidad del comerciante o del transportista, está el razonable temor al ojo del Gran Hermano. Ya sólo faltaba que supiera qué obras de teatro veo, a dónde voy y dónde duermo.
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