la tercera
Comprendiendo a Hamás
«Cuando la guerra termine las reservas de odio y resentimiento que siempre han alimentado el conflicto habrán vuelto a llenarse hasta los topes»

Más de 1.400 muertos, alrededor de 4.500 heridos, principalmente civiles, entre ellos niños, mujeres y personas mayores, 7.300 cohetes caídos en áreas urbanas de Israel, en torno a 220 rehenes, violaciones, ensañamientos con los cadáveres, todo ello grabado y difundido. Si nos ... hubieran anticipado que una demostración de barbarie como la ofrecida por Hamás el pasado 7 de octubre no iba a suscitar una condena unánime no lo habríamos creído… A no ser que nos hubiesen informado también de que los bárbaros iban a ser palestinos y sus víctimas israelíes.
Si las víctimas palestinas suelen provocar una empatía instintiva, no ocurre igual con las israelíes. Algunos han culpado a Israel por la última y terrible sangría causada por Hamas, y otros han llegado a llamar «genocida» a un Estado fundado por las víctimas del Holocausto (se habrán quedado a gusto…). Semejante falta de empatía refleja una disposición a 'comprender' sin interés alguno por entender. Hablo de comprender en el sentido de «encontrar justificados o naturales los actos o sentimientos de otros» y contrapongo ese primer significado al de comprender como «entender» (ambas acepciones aparecen en el Diccionario de la Real Academia Española). Algunos parecen 'comprender' las atrocidades de Hamás en el primer sentido mencionado: las disculpan o incluso las consideran justificadas, dados el contexto y las anteriores agresiones israelíes. En cambio, no hacen ningún esfuerzo por entender lo que Hamás es y representa.
Todos los errores y las peores crueldades sucedidos en el marco del conflicto palestino-israelí han tenido dos causas: 1) la incapacidad de sus protagonistas para acordar una fórmula que concilie el derecho de los palestinos a disponer de un Estado con el deseo de los israelíes de vivir en paz con sus vecinos; y 2) la voluntad de los extremistas de ambas partes de quedarse con todo y destruir o desterrar a sus enemigos. Después de que Arafat rechazara el mejor acuerdo de paz ofrecido a los palestinos en el año 2000, los gobiernos israelíes han protagonizado errores y excesos evidentes. La mayor equivocación: cesar los esfuerzos para hacer realidad la solución de los dos estados. La influencia de la extrema derecha israelí no ha sido ajena a ese y otros errores. Pero no puede olvidarse del papel jugado por otros extremismos verdaderamente sanguinarios.
El primer líder de los Hermanos Musulmanes en Palestina fundó el Movimiento de Resistencia Islámica, o sea Hamás, en diciembre de 1981, al principio de la primera Intifada. Los principios del movimiento quedaron fijados en su carta fundacional: «Alá es su meta. El Profeta, su guía. El Corán, su constitución. La yihad, su senda, y la muerte al servicio de Alá, su más codiciado anhelo». Para socavar la base social de su adversario político, Fatah, las autoridades israelíes pecaron de miopía al financiar inicialmente el proselitismo de Hamás. Mediante una paciente actividad misionera, asistencial y política, el movimiento fue ganando popularidad, extendió la cultura del martirio por toda Gaza y practicó un terrorismo letal: 515 atentados, 1.096 víctimas mortales, 3.382 heridos, solo entre 1989 y 2000. Objetivo principal: sabotear el plan de paz promovido por Israel, la Autoridad Nacional Palestina y Estados Unidos. Tras desencadenarse la segunda Intifada (septiembre de 2000) Hamás incrementó sus ataques y, tras retirarse Israel de Gaza en 2005, ganó las primeras elecciones allí celebradas (2006) y expulsó por la fuerza a Fatah (2007).
Algunos pensaron que Hamás se moderaría al asumir responsabilidades de gobierno. En vez de eso, miles de cohetes lanzados contra ciudades israelíes propiciaron frecuentes represalias y tres guerras. La densidad poblacional de Gaza, los errores de las fuerzas israelíes y la determinación de Hamás para convertir a sus compatriotas en escudos humanos y establecer sus bases de mando y control, posiciones de ataque y depósitos de armas en áreas residenciales, mezquitas, escuelas y otros edificios civiles, facilitaron que las acciones militares de Israel causaran miles de bajas palestinas no evitadas por los avisos para evacuar las zonas previamente emitidos antes de bombardear. Que la mayoría de las bajas palestinas hayan sido civiles también se explica porque los túneles controlados por Hamás (unos 500 kilómetros bajo una superficie de 360 kilómetros cuadrados) solo ofrecen protección a sus líderes y militantes. La organización terrorista siempre ha preferido que los civiles quedaran expuestos al fuego de combate para tener más muertes palestinas que imputar a Israel. También ha preferido que la ayuda humanitaria a los palestinos corra a cargo de instituciones y actores internacionales. Según algunas estimaciones, durante los diez últimos años Qatar habría aportado unos 1.500 millones de dólares a Hamás. Por cierto, esas aportaciones han contado con la cooperación de las autoridades israelíes, creyendo que las donaciones podrían servir para evitar ataques más contundentes desde Gaza y mejorar un poco la vida de los palestinos. Pero casi todo ese dinero parece haberse utilizado para organizar una milicia con cerca de 30.000 efectivos y acumular armamento. Esta es la realidad de Hamás, cuya peligrosidad y sadismo han sido subestimados hasta por las fuerzas y la inteligencia israelíes, posibilitando el incalificable ataque del 7 de octubre.
Una vez explicada la función desempeñada por Hamás en el conflicto, ahora sí, podemos entrar a criticar el comportamiento de Israel. Como ya he dicho, no cabe duda de que el Estado judío ha cometido no pocos excesos y que siguen excediéndose ahora, durante los primeros compases de la nueva guerra. Al castigar a toda la población de Gaza y causar miles de bajas civiles, la catástrofe humanitaria ya está servida antes de haber comenzado una incursión terrestre que podría resultar devastadora. El presidente Biden ha acertado al advertir contra la tentación de dejarse llevar por la ira, pero el Parlamento europeo ha acertado doblemente. Primero, al recordar a Israel que debe respetar el Derecho internacional, de guerra y humanitario. Y, segundo, al reconocer que Hamás tiene que desaparecer. Quienes piden que las tropas israelíes no entren en Gaza reclaman lo que ningún Estado puede conceder: que renuncie a poner fin a una amenaza existencial para sus ciudadanos y para el mismo Estado. Con todo, lo que Israel necesita hacer para acabar con Hamás tendrá un inmenso coste para los palestinos, por lo que cuando la guerra termine las reservas de odio y resentimiento que siempre han alimentado el conflicto habrán vuelto a llenarse hasta los topes.
Cuando Hamás haya desaparecido, o haya quedado operativamente anulada por un tiempo, Israel, la Autoridad Palestina y la comunidad internacional tendrán que disponerse a colaborar. La alternativa es condenar a palestinos e israelíes a hostilidades interminables que seguirán proyectando inestabilidad a todos los países de Oriente Próximo y al mundo entero. Sine die.
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