la tercera
Ezra Pound: 'Il miglior fabbro'
«Cincuenta años después de su muerte, leer a Ezra Pound, el 'mejor herrero' en palabras de T.S Eliot, el Homero del siglo XX, constituye una de las aventuras lectoras más gratificantes que pueden y deben llevarse a cabo»
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No hay duda alguna de que 'The Waste Land', de T. S. Eliot, es una de las obras poéticas de mayor rango y calidad estética que vieron la luz en el siglo pasado. Se publicó por primera vez en diciembre de 1922, hace exactamente cien ... años. Consta de 434 versos, al frente de los cuales figura una dedicatoria memorable, pues supone el reconocimiento por parte de Eliot de la grandeza literaria del personaje a cuyo criterio sometió el borrador de su obra más ambiciosa: el genial e irrepetible Ezra Pound, el Homero del siglo XX, nacido en Hailey, Idaho, Estados Unidos de América, en 1885 y muerto en Venecia en 1972, hace exactamente cincuenta años.
A Ezra Pound, es a quien, con palabras prestadas de la Commedia dantiana, dedica Eliot su poema más célebre con la siguiente fórmula: «For Ezra Pound, il miglior fabbro». Podríamos decir que, al menos en esta ocasión, las efemérides importantes nunca vienen solas. En este año del Señor de 2022 que hoy termina hemos celebrado el centenario de 'La tierra baldía' de Eliot y el cincuentenario de la muerte de Pound. Dos fechas para un permanente y emocionado recuerdo. Yo sé que hay muchos escritores de todo el mundo que, a la hora de elegir entre los cinco o seis o siete gigantes poéticos de la pasada centuria, invocarían el nombre de T. S. en detrimento de quien fue su maestro, el viejo Ezra, y de otros genios de similar enjundia como Cavafis, Perse, Pessoa, Rilke o nuestros J. R. J. y Federico García Lorca. Pero también sé que, en mi Parnaso particular, al margen de la admiración que me inspiran todos ellos, el 'primus inter pares' de ese selecto grupo de gigantes no es otro que el autor de 'Personæ' y de los 'Cantos'. Lo fue desde que lo descubrí, en un viaje a Florencia con mi padre en agosto de 1970, poco antes de recluirme en el Pinar de Antequera vallisoletano para hacer el servicio militar como voluntario en el Ejército del Aire. Tenía yo entonces 19 años. A Pound le quedaban aún dos años largos antes de cruzar el espejo definitivo.
Sin Ezra Pound la poesía del siglo XX hubiese padecido de una tenaz e incurable atrofia muscular. No se hubiera desarrollado de la manera en que lo ha hecho. Habría crecido hasta un cierto punto, más o menos mediano, dándonos la sensación de que algo había cambiado con la modernidad, pero no lo suficiente como para demostrar fehacientemente la realidad incontestable de una nueva escritura: aquella que convierte el fragmentum en la razón de ser de la poíesis, al modo en que han llegado hasta nosotros los restos de la lírica griega arcaica merced a los vaivenes de la Historia (tan sugestivos como la conquista de Constantinopla por las tropas de Balduino de Flandes y del dux veneciano Enrico Dandolo en un glorioso abril –«el mes más cruel» según T. S. Eliot– de 1204).
Descubrí, digo, en plena adolescencia la poesía de Pound gracias a una edición bilingüe de los 'Pisan Cantos' en italiano y en inglés que compré en Florencia en la librería Marzocco hace cincuenta y dos años. El libro era una tercera edición, de enero de 1967, y llevaba el sello editorial de Ugo Guanda editore (Parma). El traductor, introductor y anotador italiano era Alfredo Rizzardi. Para mí hubo un antes y un después de la lectura de ese libro. Por aquel entonces cayeron también en mis manos 'Arde el mar' y 'La muerte en Beverly Hills' de Pedro Gimferrer en las primeras ediciones de El Bardo, y supe de verdad que quería escribir poesía porque aquello que Pound y Gimferrer me proponían en sus versos era precisamente lo que yo quería decir en los míos, balbucientes aún, pero llenos del «ruido y de la furia», y de la convicción y de la fuerza, que me prestaban las muchas complicidades que bullían en mi interior desde el asombrado y asombroso contacto con mis modelos. La poética de Ezra Pound tuvo mucho que ver con la gestación de ese personalísimo universo lírico que asomaba en las páginas de los primeros libros de Gimferrer. Para mí es imposible evocar a Ezra sin referirme a Pedro, y viceversa.
En mi primer libro, 'Los retratos' (1971), había una cita de Pound (canto LXXVIII, al comienzo) que presidía el poemario: «Cassandra, your eyes are like tigers / with no word written in them». El llorado Jesús Pardo de Santayana, en su traducción de los Cantos Pisanos de Adonáis (1960) traduce: «Casandra, tus ojos son como tigres, / en ellos no hay nada escrito». Y José Vázquez Amaral (en su versión de los Cantares completos publicada en 1975 en México por Joaquín Mortiz) redacta: «Casandra, tus ojos son como tigres, / ninguna palabra escrita en ellos». Desde hace más de medio siglo la belleza es para mí como los ojos de la Casandra poundiana, vacía de palabras y de significados, pero con esas rayas que embellecen la piel de los tigres y que remiten al lenguaje simbólico de los comienzos. El de las abstracciones indescifrables de Cantabria o de la Dordoña, junto a los animales cuya captura facilita una representación pictórica realista, en el Tiempo sin tiempo de los mitos etiológicos, justo cuando el chamán arroja al fuego los frutos escogidos del otoño para ganarse el corazón de la Gran Diosa.
De la importancia de Pound en mi vida, y no solo en mi vida como poeta, hablan por sí solos los párrafos anteriores. Eso sí, hay otro autor que me ha marcado tan decisivamente como el vate de Idaho: William Shakespeare. Leer sus obras completas a una edad muy temprana supuso para mí otra revelación, pero la lectura del autor de 'Macbeth' no me dio acceso a la creación literaria, como la de Pound, sino que se limitó a sembrar de irresolubles dudas el territorio de mi confortable Weltanschauung juvenil, convirtiéndome en el senex desesperado que continúo siendo hoy.
Me he referido a algunos ítems bibliográficos en mi itinerario poundiano. Debo añadir la traducción de los poemas breves a cargo de Jesús Munárriz y Jenaro Talens (Hiperión, 2000) y los tres volúmenes de los 'Cantares' completos en edición bilingüe que Javier Coy fue publicando en Cátedra hasta que la muerte se cruzó en su camino y le impidió culminar su tarea con un cuarto y último tomo. Cincuenta años después de su muerte, leer a Pound, el Homero del siglo XX, constituye una de las aventuras lectoras más gratificantes que pueden y deben llevarse a cabo.
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