la barbitúrica de la semana
La paz ajena
Sánchez, príncipe florentino y rentista de la concordia
Soledad ciudadana (18/11/2023)
Homenaje a Cataluña (11/11/2023)
Hay que guardarse de los bienaventurados y los mesías, porque están amasados con la pasta de los supervivientes, los conseguidores y los pícaros. En nombre de los beneficios de la paz –en especial cuando estos sólo convienen a quienes los reivindican–, más de uno ha ... firmado sentencias de muerte y devastado ciudades enteras. Hemos visto perpetradores profesionales en la materia. Verbigracia, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y sus intermediaciones en países autoritarios.
Ha transcurrido una semana napoleónica, y no sólo por la versión que hizo Ridley Scott del corso y emperador de Francia. Un espíritu megalómano recorre la prensa como la electricidad enciende las bombillas del alumbrado navideño. Estos días han desfilado ante la opinión pública seres intoxicados de amor propio, criaturas capaces de cubrirse de gloria y boñiga en apenas segundos.
En su primer viaje como presidente del Gobierno investido, Pedro Sánchez se ha presentado en Israel, en el cruce egipcio de Rafah. Lo hizo el mismo día y en el lugar previsto de la liberación de un grupo de rehenes israelíes secuestrados por el grupo terrorista Hamás. Rodeado de cámaras, convertido en el epicentro de sí mismo y su desparpajo, el presidente del Gobierno ha reprochado al primer ministro Netanyahu el irrespeto de Israel a sus obligaciones en materia de Derecho Internacional.
Habló Sánchez del número insoportable de civiles palestinos muertos, en alusión a las bajas por la respuesta militar israelí tras el ataque de Hamás del día 7 de octubre, cuando 1.400 ciudadanos murieron asesinados y fueron 220 convertidos en prisioneros y objeto de tortura. La audacia del presidente del Gobierno, el hombre que fue a Israel a cantarle las cuarenta a Netanyahu, se ha vuelto en contra de España con la fuerza de un péndulo.
Lejos de convertir a Sánchez en un prócer, sus declaraciones, en sintonía con el ala más radical de los ministros de su gabinete que no condenaron la masacre de Hamás, han provocado que el Estado de Israel acuse a España –a España, no a Sánchez– de apoyar el terrorismo. Para ser su primer viaje, sus consecuencias han sido apoteósicas. Se aprietan botones rojos y se dinamitan espacios públicos con las palabras. Pero si, además, estas han sido pronunciadas con frivolidad, sus efectos son aún peores. El viejo arte de hablar en necio, de Lope.
El canciller Talleyrand, mano derecha y luego talón de Aquiles de Napoleón, ansiaba una Europa pacífica cuyos países trabajaran por un bienestar general. Con esa idea, y la de mantenerse siempre bien alojado en el edificio del poder, activó los resortes de las peores campañas militares. Lo hizo pensando en sí mismo y amoldando sus ideas a las circunstancias. Fue un superviviente, un brillante estratega de los intereses de la patria, siempre que estuviesen alineados con los propios. Dios los cría y el poder los junta. Ya sea en Israel, Cataluña o Suiza, Pedro Sánchez va camino de convertirse en príncipe florentino, un sepulturero legislativo y el más grande rentista de la paz ajena que el siglo XXI haya visto hasta hoy.
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