LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
El Estado parvulario
Legislar con la moral pervierte la cosa pública
Español profiláctico (16/9/2023)
La muerte no es una guerra (9/9/2023)
En tiempos de democracia radical prevalece la causa sobre el argumento. El derecho de los colectivos se sitúa por encima del de los individuos. En la hipérbole de la identidad, el imperio de la moral sobrepasa al de la ley y lo que, en ... su esencia era democrático, acaba travestido en desmán. Predomina la lógica del que disiente como herejía o complot. Algo así como un retablo de las maravillas en la carrera de San Jerónimo o la artrosis de un cuerpo legislativo que se lleva la contraria a sí mismo.
Ese es el paisaje que describe el catedrático Pablo de Lora en 'Los derechos en broma' (Deusto), un ensayo en cuyas páginas describe una crisis del Estado liberal que se manifiesta en su instrumento principal: la ley. Estamos inmersos, asegura de Lora, en un tipo de legislación «antilegalista». Es decir, un cuerpo legislativo cuyo propósito originario ya no es el de expresar la voluntad general y establecer derechos y deberes con pretensión de coherencia, abstracción y generalidad, sino todo lo contrario. Significa «la degeneración de la ley corre gracias a un catálogo cada vez más ancho de derechos humanos». Tal y como lo describe Lora, la ley acabó rendida al mandato del arbitrio, al exabrupto y delirio.
La mayoría de «las demandas sociales se convierten en la vindicación de la garantía de un derecho y acaban convirtiéndose en ley». A la sobre producción legislativa, se añade la perversión del debate público, la deliberación colectiva y el diseño institucional. Y lo que es todavía peor, origina la desprotección, desmantelamiento y frivolización de aquellos derechos que realmente necesitan ser protegidos. En nombre de unas causas –causas, no ideas– se desampara a los sujetos más vulnerables. El mejor ejemplo es la ley del sí es sí.
La moralización de la política desconoce la diversidad y el pluralismo. Ya no se presupone que los ciudadanos tienen que ser «interpelados, persuadidos, sino educados», tal y como explica Pablo de Lora. La cosa pública se infantiliza y lo esencial se aborda de forma maniquea, emocional y simplista. La ilustración, el conocimiento y la sindéresis acaban en un amasijo de deseos que por el solo hecho de ser formulados aplastan el bien común.
Cuando Yolanda Díaz se pronunció sobre la amnistía señaló la necesidad de una consulta con los sectores de la sociedad. Empresarios y sindicatos, dijo, como si no existiera un parlamento elegido por la ciudadanía para que la represente sobre la base de unos principios comunes: una constitución estable, duradera y garantista, no en un carnaval de decretos e iniciativas que tienen por objeto satisfacer una demanda puntual, por desquiciada que sea.
Desde el sindiós de lenguas al privilegio político de los nacionalismos. Todo acaba por socavarla unidad implícita en la sujeción a unas reglas comunes. Una democracia antidemocrática. Acaba por emerger un Estado parvulario, que se sirve de la burocracia del consuelo. Tiembla la arquitectura de la razón, carcomida por la saliva del moralismo y el populismo, que acaban por reblandecer y debilitar el esqueleto social hasta hacerlo polvo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete