LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
Carrusel político
Los caballitos de madera galopan como los de Atila
Condenados a obedecer (9/12/2023)
Urtasun, el partisano (2/12/2023)
Ninguno de los episodios de los últimos ocho días es insignificante. Ni la risa torcida y celestina entre el presidente de gobierno Pedro Sánchez y Jorge Javier Vázquez; tampoco el traje lavanda del socialista, una especie de prêt-à-porter de payaso en Gotham; mucho ... menos el modo kumbayá de confundir lo privado y lo público, o la entrada a lo Mike The Knife de Carles Puigdemont en Bruselas; y ya ni hablar de la refundación del mundo entre fascistas y más fascistas o la súbita declaración de progresía de Bildu. Juntos, estos hechos forman una lista corta de otra más preocupante.
No es posible pasar por alto estos eventos, porque su acumulación y sumatoria acaban por reventar el saco. El problema es su frecuencia. Ocurren uno tras otro. Un carrusel con caballitos de madera que galopan como los de Atila; una competición de relevo de desplantes, infracciones y calesitas mostrencas. Aquello que se ha acuñado como el sanchismo, ese universo hiperbólico del líder, consume los días como un barril de keroseno en llamas. Al arder deja a su paso un humo negro, tóxico y deliberadamente espeso que acaba por dar voz a los necios y minar las entendederas de quienes intentan explicar que la ley de Gravedad no es reaccionaria. Los cuerpos, atraídos por una fuerza, caen al suelo. Son hechos contrastados con la razón. Robar es un delito, no un gesto emancipatorio ni redistributivo.
Hay que guardarse de las prisas, porque todo atropello conduce al siguiente hasta convertir la vida pública en delirio, circo o lapidación. Entre la carcajada y el grito median pocos segundos y el trance de una a otra acaba siempre en tragedia. Milan Kundera usó el humor para burlarse del comunismo, para reivindicar la disensión ante la URSS. La Primavera de Praga era un motivo y 'La broma', novela que le valió al escritor checo la persecución y el exilio en Francia, una metáfora del gesto desfigurado que adquiere la risa cuando alguien ríe oscuramente. A la manera Ludvik Jahn, el estudiante protagonista de 'La broma', los actores políticos van de tropiezo en tropiezo, transformando su vida en un cúmulo de situaciones a cuál más grotesca y risible. Algo parecido pasa en 'La fiesta de la insignificancia', la última novela de Kundera, en la que, para defender su derecho a suicidarse, un personaje mata al que intenta salvarlo. Es una parodia de las cosas que se extinguen como si nada, aunque sí de la manera más patética posible. Lo que hemos vivido esta semana, es decir, ese tiovivo de ponis convertidos en caballos del Apocalipsis, conducen a una celebración en modo Kundera, es decir, una verbena en la que acaba dándose por nimio un cataclismo. Cuando las cosas no ocurren de golpe, sino que gotean poco a poco, es tarde ya cuando nos hemos dado cuenta de que el agua llega al cuello. Las democracias se electrocutan de a poco. No es un interruptor lo que las vuela en pedazos, sino el lento girar de una perilla que alguien pone en marcha.
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