La tercera
El fracasado es Sánchez
Hemos conocido a un Sánchez retenido en su escaño contra su ánimo, aferrándose al móvil como un clavo ardiendo, con tal de ignorar a un adversario que ha desnudado públicamente sus ansias
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Cuenta Bob Woodward en su biografía sobre Trump que su consejero económico solía quitarle documentos de la mesa del despacho oval y esconderlos en una carpeta azul. Y el jefe de personal reconoció que «un tercio de mi trabajo consistía en reaccionar ante algunas ... de las ideas que se le ocurrían». Una parte del 'staff' de la Casa Blanca se unió para bloquear lo que ellos consideraban los impulsos más peligrosos del presidente y evitar «el colapso nervioso del poder ejecutivo en el país más poderoso del mundo». Si volvemos la mirada hasta el palacio de La Moncloa resulta amarga la comprobación de que ninguno de los que hoy rodean a Pedro Sánchez siente dentro de sí la responsabilidad última de hacer algo parecido, cumplir un servicio con su país. La función de los López, Hernando, Vallés, incluso Bolaños, no digamos del grupo parlamentario o del Consejo de Ministros, pasa por aceptar los deseos narcisistas de un jefe que ha puesto su interés personal como única moneda de la agenda política y que tanto se asemeja a ese Trump que sintiéndose acosado confesó que «el verdadero poder es el miedo, todo es cuestión de fuerza, nunca hay que mostrar debilidad, tienes que negar, negar, negar y resistirte, tienes que negar cualquier cosa que digan sobre ti, no admitir nunca nada«. Manual de resistencia.
Con estos parecidos asombrosos hemos llegado a la semana de la investidura fallida de Feijóo. Y hemos visto a Sánchez recluirse en su escaño y mandar en su lugar para responder al líder del PP a un diputado raso, dinamitero, efervescente y faltón, famoso por su gusto por las broncas, que es como si en un duelo medieval uno de los contendientes mandara por sustituto al palafrenero. Así hemos conocido a un Sánchez retenido en su escaño contra su ánimo, aferrándose al móvil como un clavo ardiendo, con tal de ignorar a un adversario que ha desnudado públicamente sus ansias, al no desmentir su predisposición a los nuevos chantajes del nacionalismo separatista, en forma de ley de amnistía, tras las cesiones previas de los indultos y la desactivación del Código Penal.
Pese a las apariencias, por primera vez Sánchez parece algo bloqueado, incómodo o nervioso, consciente del conflicto abierto entre satisfacer su ambición personal y el miedo a las consecuencias en la opinión pública. Sánchez se remueve entre el vértigo de dar el paso para perpetuarse, aceptando las condiciones más o menos barnizadas de Puigdemont, con todo lo que conlleve de humillación, y después estar sujeto a los impulsos del prófugo, perdiendo el control de su destino, asistir a un ver qué pasa, ejecutando el cisma con el PSOE fundador de la democracia del 78 y acreditándose para la historia como una tumoración dentro de las instituciones del Estado, un apestado del tipo Godoy, o Antonio Pérez; una réplica trumpiana. Por mucha querencia que tenga por los señuelos, en los cálculos de Sánchez valora de manera inevitable el horizonte de la repetición electoral («es que Sánchez y Puigdemont, tan complicados ambos, se pasarían toda la legislatura vigilándose el uno al otro, son dos personas muy peligrosas que no se fían entre ellos»).
Feijóo acaba de poner mucho más caro el apoyo a las demandas extraconstitucionales de los independentistas. Sobre todo después de que ERC y Junts hayan fijado por escrito sus exigencias de amnistía y referéndum de autodeterminación, a las que se sumarían más tarde PNV y Bildu para que el País Vasco incorpore igualmente el derecho a decidir y una amnistía para liberar a los presos de ETA; todo, cuestión de tiempos. La investidura, aritméticamente fallida, ha dejado claro que hoy la única centralidad pasa por el presidente del PP, con una propuesta específica, confiable y para amplias mayorías, algo que imanta en la bolsa de votos de Vox y sobre todo en los socialdemócratas abstencionistas defraudados por el sanchismo, aquello que una vez se conoció como izquierda moderada.
Sólo Feijóo garantiza hoy la continuidad con la generación anterior (a derechas e izquierdas), aquella que selló un pacto de convivencia y un orden constitucional basado en normas democráticas que nos han proporcionado paz social, estabilidad política y prosperidad económica durante cuatro décadas. Sánchez ha roto conscientemente con ese pacto y esa memoria, llevando al país a una innecesaria convulsión por mera ambición. Y en efecto ya es considerado como una tumefacción dentro de los poderes del Estado, por contaminar de sectarismo todas las instituciones a su alcance, ignorar al Consejo de Estado, al Tribunal de Cuentas, a los organismos de control, por hostigar al sistema judicial que es el que garantiza los derechos y las libertades de los españoles, tensionar el papel del Rey e invadir las esferas específicas de la Jefatura del Estado, estigmatizar el tejido productivo y las grandes enseñas empresariales y 'bolivarizar' el juego democrático de chusco populismo. El sistema constitucional entero se ha encendido, anda en alerta, frente a un timonel que ha perdido la cordura por su falta de límites, dispuesto a impulsar un precipicio legislativo que de facto supone la voladura del Estado; ni el mismo Conde-Pumpido será capaz de blanquear el trastorno constitucional desde la presidencia del TC. Si Sánchez quiere recuperar algún crédito institucional deberá renunciar a comprar escaños a cambio de la soberanía nacional, ir a elecciones, ganarlas y sacar adelante una investidura sin malversar la Constitución.
El presidente popular, justo hace una semana y en ABC, aclaró una clave fundamental de futuro, su resolución íntima y personal ante aquellos que anden en conjeturas: «Si alguna vez llego al convencimiento de que no soy lo suficientemente útil seré coherente con mi propio pensamiento (…) pero hemos ganado Andalucía, las autonómicas, las municipales, las generales, somos la primera fuerza, sería una soberbia y un cierto infantilismo decir ahí os quedáis (…) Yo voy a seguir cumpliendo con mi deber». Ahora sale de la investidura mejor que como entró: aglutinando su autoridad interna y ampliando su liderazgo más allá de las siglas del PP. El PSOE se empeña en repetir que el líder popular ha perdido, ha fracasado. Falso. Decía Azaña que cuando uno es vencido siempre se queda solo y Feijóo, en cambio, empieza a ser percibido mayoritariamente como la única tabla de salvación. El que de verdad está solo es Sánchez, porque lo que tiene al lado no son socios ni aliados, sino acreedores.
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