Editorial
Fuera de juego en Pekín
Si hubiera esperado a conocer el devenir de las inflamables decisiones de Trump, y actuado bajo el paraguas de la UE, Sánchez no estaría expuesto a ser señalado como aliado de China
La suspensión, durante noventa días, de las erráticas políticas arancelarias de Donald Trump ha dejado al Gobierno de España, como ya advirtió ABC en esta misma página editorial, en una situación de desprotección diplomática, comparable al fuera de juego futbolístico. Su característico afán de protagonismo y la natural imprudencia de su conducta han empujado a Pedro Sánchez, una vez más, a usar la diplomacia como ariete de la política partidista. La manera en que se ha lanzado en brazos de China, empujado por su afán de significarse en el antitrumpismo, y el ascendiente político del lobista chino y expresidente José Luis Rodríguez Zapatero han expuesto a nuestro país a las represalias de la Casa Blanca de manera innecesaria, por muy excéntricas y disonantes que resulten las políticas arancelarias de Estados Unidos.
Que Donald Trump lleve a cabo una política comercial sujeta a sus filias y fobias y al capricho de atacar a quien no se alinea a su favor convierte en menos comprensible aún la foto de Sánchez con el presidente Xi Jinping que jalona hoy las páginas de los medios internacionales y que representa un cebo perfecto para la diana de su ira. La diplomacia de los países consiste en un ejercicio de equilibrismo entre los principios de cada nación y sus intereses en contextos geopolíticos más realistas, per la reunión con el presidente chino revela una maniobra más conducida por la insensatez que por el interés de buscar en el gigante asiático una alternativa a los muros que impone el aislacionismo comercial de la Casa Blanca. El hecho de que la política 'MAGA' resulte cambiante impone justamente un ejercicio de prudencia y reflexión del que Sánchez no es, una vez más, capaz. Si hubiera esperado a conocer el devenir de las inflamables decisiones de Trump, de haber actuado bajo el paraguas de la Unión Europea, no estaría expuesto a ser señalado como un aliado de China por Washington, que a cambio de titulares y fotos es capaz de imponer castigos más o menos antojadizos a productos, sectores y empresas de nuestro país. En la guerra que se dibuja estamos en el bando equivocado.
De momento, los acuerdos anunciados entre los dos países suponen un botín demasiado magro para una empresa tan intrépida, sujeta a contingencias de las que podemos ser testigos en los próximos días y que ya han evidenciado signos de la vulnerabilidad a la que exponen a nuestra nación. Que los portavoces de la Casa Blanca hayan comparado la visita de Sánchez al riesgo de «cortarse el cuello» es una metáfora lo suficientemente gráfica de cómo España está hoy en el punto de mira de un Gobierno de gatillo fácil, por censurable e incomprensible que nos pueda parecer.
Si la propuesta de Sánchez sobre el comercio de los coches eléctricos chinos termina por imponerse en un futuro supondrá una satisfacción y un avance para el liderazgo español que podría haberse conquistado de una manera mucho más discreta. Hubiera bastado con tejer la operación en la seguridad del cobijo de la política exterior común europea, y no en la exposición a la que ha sometido al tejido económico nacional. En todo caso, las acciones de política exterior deben medirse por los resultados que obtiene en comparación con la vulnerabilidad que asume y, desde ese punto de vista, el balance resulta exiguo. Solamente desde el intento de fortalecer la agencia prochina de Rodríguez Zapatero y el intento de mostrarse como un muro antitrumpista que fortalezca al jefe del Ejecutivo cabe justificar una operación que ha puesto en tanto riesgo a tantos.
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