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EL ÁNGULO OSCURO

El final del verano

El verano nos transmite un espejismo de impunidad y deroga nuestro sentido del ridículo

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Juan Manuel de Prada

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Es una suerte que se acabe el verano; pues, aunque España sea la misma pocilga durante el resto del año (y seguirá siéndolo hasta que nos comamos las algarrobas de los puercos), el verano nos lo recuerda a cada segundo. Es durante el verano cuando ... los españoles, que visten siempre con una elegancia digna por lo menos de Tahití, chapotean de forma más ignominiosa en los albañales del impudor. Parece como si el verano infundiese a los españoles la creencia turulata de que pueden convertirse sin rebozo en adefesios patéticos, con esas camisetas para el nene y la nena que muestran lorzas grimosas y tetorras como albardas y esos pantaloncitos cortos que exhiben unas pantorrillas birriosas, tupidas de un vello que espanta (o, peor todavía, glabras como piel de culebra) y muslos llenos de cráteres lunares. Y, junto a las camisetas apretadas y los pantaloncitos cortos, gorras viseras zascandiles, bañadores con pretensiones de tanga, chanclas que dejan asomar sin rubor unos dedos protuberantes de callos... ¡Una pasarela del horror!

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