hay que vivir
Cuando Puente puentea, Milei milea
Sectarismo, falta de formación e incompetencia. El ataque al presidente argentino describe al ministro español
Sánchez, el antiliberal manchesteriano
España por todas partes
«Hay dos modelos: el que representa el presidente de izquierdas, de centro-izquierda, que mira para el futuro, que tiene la mirada positiva, que es optimista, que cree en la gente, que cree en los ciudadanos, que cree en los jóvenes, que cree en ... las mujeres». Lo dijo María Teresa Fernández de la Vega el 5 de marzo de 2008 en plena campaña electoral en un colegio de Valencia ante niños de 15 años. ¿Y el otro modelo? «El que representa Rajoy, que es el modelo del miedo, de introducir miedo con todo, desconfianza y que mira más al pasado que al futuro». Y se quedó tan ancha, así, entre risas con los jóvenes, que escuchaban en silencio ante tal ejercicio de respeto al pluralismo político.
En política, las casualidades no existen, y en estos tiempos del todosanchismo menos aún. ¿De verdad alguien piensa que al ministro Óscar Puente se le calentó la boca y decidió, así a bote pronto, acusar de consumir «sustancias» al presidente de un país hermano, por muy Milei que sea? Es obvio que no: todos sabíamos que el presidente Milei no reaccionaría por los cauces habituales y que respondería a lo bruto y atacando al Gobierno de España: «Sus políticas socialistas solo traen pobreza y muerte». Y ya tenemos el lío diplomático mientras Sánchez guardaba silencio y no desautorizaba a su ministro.
No obstante, esta acusación, que debería ascender al olimpo de los bulos, no es para mí lo más grave. Tal vez sí lo más urgente, pero no lo más importante. Hay al menos dos frases peores. La primera, esta, que también la pronunció ante un público juvenil al que estaba dando consejos desde el púlpito de la experiencia y del éxito: «Hay gente muy mala que siendo ella misma ha llegado a lo más alto, Milei por ejemplo».
Esta frase revela que para Puente la política se divide en buenos y malos y esto es lo preocupante. No es un problema de ideología o de discrepancia, es un problema de sectarismo. Es éste un mal que no es de izquierdas ni de derechas, aunque los sectarios de un lado creen que es de los de enfrente y a la inversa. Y no es un mal que depende de la formación: he visto a auténticos intelectuales a los que admiro sucumbir ante la tentación perenne del sectarismo. Es el desierto de la polarización.
Pero en términos de alta política, aún hay algo peor. La petición de disculpas, que le honra, pero también le define: «Si hubiera sabido la repercusión de mis palabras sobre Milei no las habría dicho. Dije lo que dije. No era consciente en ese momento de la repercusión que podía tener». ¿De verdad un ministro del Gobierno de España no sabe que no debe atacar a un presidente de otro país? Esto es una demostración directa de que Puente no está a la altura. De modo que al sectarismo hay que añadir la falta de formación. Y mientras, en los andenes de la Estación de Atocha, un motín de ciudadanos bajándose de un tren averiado por quincuagésima vez en un año. Esa sí es su competencia: o perdón, su incompetencia. Pero eso no le interesa.
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