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Brasil resiste
Los brasileños no quieren ser como sus vecinos, que van de una dictadura de derechas a una de izquierdas, sin encontrar la paz y el progreso
Lo primero que me vino en mente al oír la noticia del asalto a las instituciones en Brasil fue «se ha convertido en otra nación hispanoamericana», que amplié al llegar los primeros detalles del golpe, asonada o como quieran llamarlo: «Un triunfo para Trump». Me ... equivoqué en ambos casos. Brasil es uno de los países más originales, simpáticos y hermosos de cuantos existen en este variado planeta nuestro. Stefan Sweig se enamoró de él cuando llegó huyendo de la barbarie nazi que amenazaba con devorar no sólo Europa, sino el mundo entero, y escribió un libro, 'Brasil país del futuro', en el que volcaba la emoción que le provocaban sus gentes y la hermosura de su territorio. Lo que no impidió que poco después se suicidara junto a su mujer. No creo que fuera desengaño con su entorno, sino pensar en que Hitler consiguiera lo que buscaba.
En mi vida errante de corresponsal he conocido las gentes más dispares, pero ningunas tan amables, alegres y generosas como los brasileños. Sobre todo en aquel Berlín partido por la mitad y rodeado de tanques rusos, tuve la suerte de contactar con un grupo de ellos de muy diversas clases y profesiones, había un arquitecto del estudio que construía el Kongresshalle, algún profesor y varios alumnos que te hacían sentir como en casa, y el milagro de no verles nunca discutir. Me hice especialmente amigo de Roberto Leitao Kneck, que iba para ingeniero de minas, como su padre, alemán, pero que tenía tiempo para tocar el violín y deleitarnos con anécdotas como las del gobernador de Sao Paulo, Ademar de Barros, creo que se llamaba, que conseguía que lo reeligieran con el eslogan «Eu robo mais fago».
Eso hace de Brasil algo distinto, diría incluso que un resto del paraíso. Me ha acordado de ello y entiendo que no hayan querido parecerse a los demás países de América. Su democracia, su carnaval, su música, su fútbol, sus playas, su Amazonía, su mezcla de razas y tantas cosas únicas no pueden sacrificarse a una visión tan estrecha de la vida como proponen la extrema izquierda y la extrema derecha. El gran problema que tiene ante sí Lula da Silva es que el país se ha dividido en dos mitades prácticamente iguales. Reunificarlas no va a ser fácil, sobre todo después de lo ocurrido.
Que la reacción al golpe haya sido, dentro y fuera, tan rápida como contundente es una buena señal. Los brasileños no quieren ser como sus vecinos, que van de una dictadura de derechas a una de izquierdas, sin encontrar la paz y el progreso que su país les ofrece. Algo, o mucho, debe influir su poso portugués, que llevó a sus reyes a Brasil cuando las tropas de Napoleón lo invadieron y que, al desplomarse el imperio que habían creado en Asia y África, hicieron una Revolución de los Claveles. Les deseo suerte porque tienen todavía que demostrarnos que es el país de futuro, aunque sea solo como homenaje a ese gran escritor que fue Stefan Sweig, que lo eligió para morir.
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