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La Tercera

Ser europeo hoy

Hoy lo importante no es ser españoles, franceses, griegos, alemanes, británicos, polacos, italianos, lituanos, daneses… sino ser europeos. Sentirse europeos, orgullosos herederos de un mundo, de una cultura

Pero, ¿dónde está Bob Dylan?

Esperanza en la juventud

Carbajo & Rojo

José Manuel Sánchez Ron

El 4 de octubre de 1914, poco más de dos meses después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, noventa y tres intelectuales alemanes dieron a conocer lo que denominaron 'Aufruf an die Kulturwelt' (Llamamiento al mundo civilizado). «Nosotros –decían allí– representantes de la ciencia y el arte alemanes, delante de todo el mundo, contra las mentiras y calumnias de nuestros enemigos, detrás de las que pretenden ocultar la causa pura de Alemania en la difícil lucha que se le ha impuesto proclamamos la verdad». Entre esas «verdades» hoy una resuena familiar: «No es verdad que hayamos violado de una manera criminal la neutralidad de Bélgica. No es cierto que nuestros soldados hayan tocado la vida y la propiedad de un solo ciudadano belga sin haber sido empujados a ello por sus defensores. Porque, todavía y siempre, a pesar de todas las advertencias, la población les ha preparado emboscadas para disparar sobre ellos, mutilando heridos, asesinando médicos mientras desempeñaban su obra de samaritanos. No es verdad que nuestras tropas hayan saqueado brutalmente Lovaina. Ellas se han visto obligadas a tomar represalias contra los habitantes furiosos que les han asesinado traidoramente, y con un corazón cariacontecido han bombardeado la ciudad».

Entre los firmantes de aquel llamamiento figuraban quince científicos, entre ellos algunos tan notables como los químicos Wilhelm Ostwald y Fritz Haber, el zoólogo Ernst Haeckel, el matemático Felix Klein, los físicos Max Planck y Wilhelm Röntgen. Los restantes firmantes se repartían entre artistas, teólogos (entre ellos Adolf von Harnack, director de la Biblioteca Estatal de Berlín), escritores, historiadores, juristas, filósofos, filólogos, músicos, politólogos, el director del Deutschen Theaters de Berlín, y médicos, incluyendo entre estos a Paul Ehrlich, responsable junto a Sahachiro Hata de haber encontrado (1909) una cura para la sífilis.

Pocos días después de su publicación, Georg Friedrich Nicolai, catedrático de Fisiología en la Universidad de Berlín, preparó una réplica que hizo circular entre sus colegas universitarios. Además de él, sólo se adhirieron Albert Einstein, ya instalado en Berlín, y Wilhelm Försted, antiguo director del Observatorio de Berlín, que ¡también había firmado el Manifiesto de los 93! De los puntos que recogía este manifiesto, únicamente mencionaré algunos, aquellos que pueden aplicarse a la situación actual, aunque el contexto fuera entonces diferente. El primero, válido hoy aún más que ayer, reconocía que «la tecnología ha empequeñecido el mundo. De hecho, las naciones de la gran península europea parecen hoy estar tan próximas como en los viejos tiempos lo estaban las ciudades-estado de cada una de las pequeñas penínsulas mediterráneas. Viajar está tan difundido, la exportación y la importación internacionales tan interrelacionadas, que Europa –casi se podría decir, el mundo entero– constituye una unidad». «Sería, pues –se añadía– un deber de los europeos con educación y buena voluntad intentar al menos impedir que Europa sucumba, por falta de organización internacional, al mismo destino trágico que en otro tiempo destruyó a Grecia. Nuestro único propósito es afirmar nuestra profunda convicción de que ha llegado el momento de que Europa se una para defender su territorio, su gente y su cultura. Estamos manifestando públicamente nuestra fe en la unidad europea, una fe que creemos es compartida por muchos. El primer paso en esta dirección sería que unan sus fuerzas todos aquellos que aman realmente la cultura de Europa; todos aquellos a los que Goethe proféticamente llamó 'buenos europeos'».

Hoy, afortunadamente, la Alemania que argumentaba que no era la agresora en Lovaina y Bélgica sino la agredida, no es la de entonces. Pero en el caso de Rusia y de Ucrania, el falaz argumento lo repite actualmente el presidente de EE.UU., Donald Trump, voceado por su secuaz, el vicepresidente Vance. Y ante el sinsentido, la bajeza moral y el matonismo político, acaso también intereses no manifestados –«tú (por Rusia) ahora Ucrania, yo ahora tierras raras y mañana Groenlandia y el canal de Panamá»– es esencial recuperar el espíritu del manifiesto de Nicolai y Einstein. Llamar a la unidad de Europa, a la de los «buenos europeos». Montesquieu, siempre luz y faro, escribió en cierta ocasión algo que no deberíamos olvidar: «Fue siempre una decisión arriesgada fiar a la licencia de un ejército victorioso la observación de la palabra dada a una ciudad que acaba de rendirse mediante un compromiso benigno y favorable». Más aún si el compromiso dista de ser «benigno y favorable».

Hoy lo importante no es ser españoles, franceses, griegos, alemanes, británicos, polacos, italianos, lituanos, daneses… sino ser europeos. Sentirse europeos, orgullosos herederos de un mundo, de una cultura, en el que florecieron Cervantes, Shakespeare y Goethe, Newton, Darwin y Einstein, Mozart, Bach y Beethoven, Velázquez, van Gogh y Picasso, Descartes, Kant y Hannah Arendt. Europa, un mundo en el que prima el Derecho, y que pugna por construir un Estado del bienestar, idea que nació precisamente en sus tierras.

En una época de cambios tan evidentes, Europa debe hace honor a su historia. Esto implicará sacrificios, rebajar el bienestar, aunque nunca los compromisos con la educación, la sanidad y la protección a los más desfavorecidos. Requerirá, como en la famosa frase de Winston Churchill, «esfuerzo y sudor», esperemos que ni «sangre ni lágrimas». El desarrollo tecnológico, y un capitalismo descontrolado, que encuentra su paradigma en el Valle del Silicio, obliga a desarrollar las facultades científico-tecnológicas que siempre han existido en el suelo europeo. Y, además de a la industria, aplicarlas también al campo militar. El pacifismo es un sueño noble, pero desgraciadamente por el momento un sueño que produce pesadillas. Incluso Einstein, el pacifista de la I Guerra Mundial, se vio obligado a renunciar a él, al menos por un tiempo, ya que, cuando se dio cuenta de lo que significaba Hitler, firmó el 2 de agosto de 1939 una carta a Roosevelt alertando del peligro que suponía que Alemania pudiese fabricar una bomba atómica.

EE.UU. ha sido un buen aliado, un paraguas militar indispensable, pero no debemos olvidar que entró en las dos guerras mundiales cuando difícilmente le quedaban otras alternativas, tras los ataques de submarinos alemanes a algunos de sus barcos y después de Pearl Harbor. Y eso que sus presidentes entonces eran Wilson y Roosevelt, que en nada se parecían a Trump. Podemos comprender que velasen por sus intereses, y entendieran como ajeno un conflicto europeo, algo muy diferente de lo que sucede ahora, que se pretende cambiar la naturaleza de una agresión y se falta al respeto a un estado plurinacional como es la Unión Europea. Si es necesario modificar alianzas que nos sirvieron –¿la OTAN?– habrá que hacerlo.

Europa no es un museo maravilloso que visitan personas de todo el mundo. Es mucho más. Debe ser mucho más, sin olvidar nunca sus valores, sus principios y sus ideales comunes.

SOBRE EL AUTOR
José Manuel Sánchez Ron

es miembro de la Real Academia Española y catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Autónoma de Madrid

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