la suerte contraria
La tumba del abuelo
Así que allí se encuentran padre e hijo, mirando un puñado de tierra seca bajo la cual duerme su historia
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Parece la escena de un wéstern, uno de esos planos dorsales en los que se ve, de fondo, un horizonte seco con dos cipreses, un caballo que levanta polvo y la espalda de un hombre mirando hacia abajo, como si estuviera buscando algo en ... ese suelo sagrado. Lo que encuentra es una tumba pobre, un montículo hecho de barro duro sobre el que solo hay una cruz de herrería ya oxidada en cuyo centro hubo una vez un retrato que el sol se ha comido.
Encima de la cruz, un letrero en el que se puede leer que ahí yace, junto a otros familiares, Alonso Iglesias Sanz, que nació en 1886 y murió en 1950. Es esa una lista silente, una tragedia con sordina que nombra a personas anónimas que se apellidan Iglesias o Sanz, de las que ya nadie se acuerda y que han muerto a lo largo del tiempo en ese pueblo de Jaén por el que nunca pasa nadie.
Nadie, excepto Mariano, que cada año va desde Madrid a veranear a Roquetas con su mujer y su hijo. De camino siempre se encuentra con el desvío hacia ese pueblo del que tanto ha oído hablar y piensa en tomarlo. Nunca ha estado, pero algo dentro de él le empuja a conocer el lugar en el que nació su abuelo. Además, su hijo Juan ya tiene 9 años y puede ser buen momento para contarle cómo la familia acabó en Madrid.
Y lo hace. Frente a la tumba, Mariano da la mano a su hijo. Les ha costado encontrar a alguien que supiera quién tiene la llave para abrir el cementerio, pero finalmente apareció Petra, que los acompañó y les indicó dónde estaba la tumba que buscaban. Así que allí se encuentran padre e hijo, mirando un puñado de tierra seca bajo la cual duerme su historia. «Juan, ahí debajo está mi abuelo Alonso, el padre de tu abuelo Isidro, que es mi padre. Y también está el padre de ese señor, y su madre, y la madre de su madre. Te he traído para que veas lo bonito que es este sitio, pero, sobre todo, para que entiendas de dónde vienes. No, no es una manera de hablar, esto no es como cuando decimos que venimos del mono. Esto es otra cosa, esta vez es literal: tú vives porque mamá y yo te hemos dado la vida. Y yo vivo porque me la dieron mis padres. Y ellos porque se la dieron estos señores que están aquí enterrados y que vivieron en este pueblo. Cuando decimos que somos de Madrid, no es del todo cierto. En la historia de nuestra familia, esa que tú vas a seguir, Madrid es solo un instante. También somos de aquí, aunque ahora sigamos en otro sitio el camino que ellos comenzaron. Si te gusta, cada año vamos a venir a verlos para darles las gracias y que nunca se nos olvide quiénes somos».
Juan asiente. No le dejan hacer fotos, porque «hay cosas que se ven mejor con los ojos cerrados». Es un niño afortunado al que toda su vida le acompañará la dignidad de saber honrar a los suyos, a los que han sufrido para que él pueda ser feliz ahora. En Roquetas se lo cuenta a todo el mundo y les dice a sus amigos que pidan a sus padres ir a conocer los pueblos de sus abuelos. Hay desvíos que terminan en uno mismo, pienso. Algo me dice que Juan será un buen hombre.
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