La Huella Sonora
Obituario de Cobradiezmos
Era un semental, un macho alfa que se ganó su derecho a serlo dando la gloria a Manuel Escribano con embestidas para el recuerdo, arrastrando el hocico por el albero de Alcalá de Guadaíra
Un día de toros
Morata, Alice y el desamparo
Tenía 12 años, pelo cárdeno y muchísimos hijos. Salvó su vida en el ruedo de La Maestranza hace ocho años y la ha perdido en Monteviejo hace unos días. No ha muerto como en las películas de Disney, su vida no se ha ... apagado entre lágrimas de conejillos de orejas caídas y nutrias con doble grado de filosofía y teología. Tampoco ha habido banda sonora, tonos menores ni simbolismos con crepúsculos y ríos que van al mar, que es el morir, según dejó escrito un castellano que nunca lo vio. Ni siquiera ha muerto de viejo, con sus gafitas de sol para la presbicia y convirtiéndose en piedra, en roble o en estatua que sirva de platea a las letanías tristes de los jilgueros buenos.
Cobradiezmos ha muerto peleando con otros toros, seguramente más jóvenes y más fuertes que él, en una lucha natural y salvaje por el territorio. Eso es todo. Supongo que estaría defendiendo su estatus, dejando claro quién mandaba y protegiendo a las vacas a las que quería seguir cubriendo en exclusiva. Estaba haciendo lo que mandan sus genes de toro bravo, vaya, que no tiene mucho que ver con descansar en verdes prados con vigilias veganas y sí con defenderse de sus rivales con el único objeto de trascender a través de su descendencia, que es la inmortalidad según Unamuno y según yo.
Cobradiezmos no sabe lo que es el CIS y si le hubieran preguntado si quiere tener hijos se habría reído: supongo que solo Victorino sabe cuántos tuvo. Porque Cobradiezmos era un semental, un macho alfa que se ganó su derecho a serlo dando la gloria a Manuel Escribano con aquellas embestidas para el recuerdo, con fijeza extrema y arrastrando el hocico por el albero sagrado de las canteras de Alcalá de Guadaíra. Sucede que esa forma de embestir es, en realidad, la mejor manera que un toro tiene para cornear a otro toro y no a un humano. Es decir, esa belleza no solo le ha servido para salvar su vida en el ruedo sino, de paso, para perderla en el campo extremeño.
Vivió cuatro años en ese mismo campo antes de aquello. Luego tuvo media hora de grandeza, bravura y nobleza en Sevilla para pasarse otros ocho mandando en la dehesa que lo vio nacer, con el cuello alto, los pitones como una corona de laureles y el número 37 herrado en el lomo. Cobradiezmos comía, utilizaba su agresividad para dominar a toda la ganadería -leo que puso en varias ocasiones en apuros serios a los vaqueros- y copulaba. Esa era su vida, la que se había ganado.
«Ha muerto peleando con otros toros, seguramente más jóvenes y más fuertes que él, en una lucha natural y salvaje por el territorio»
Y esta es muerte, que también se la ha ganado. Le ha pillado intentando imponerse a quien no debía, es decir, cumpliendo con el mandato de sus genes, con la enseñanza de su sangre y con el instinto, que es la sabiduría imponiéndose a la libertad y los ancestros imponiéndose al CIS. Lo han matado como a un guerrero y no estamos tristes: esta es la ley de la vida, unos se tienen que ir para que lleguen otros y dominen, de nuevo, el mismo campo con su mirada. Para él, me temo, solo se trataba de que los que llegaran llevaran en la mayor medida posible su sangre y poblaran la provincia de Cáceres con sus genes. Y lo ha logrado. Si hubiera muerto en la plaza, veinte mil personas lo habrían aplaudido en su vuelta al ruedo. Hoy somos millones. Y ya está. La vida sigue y hay un nuevo rey en Monteviejo.
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