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la suerte contraria

Elogio de Juan Ortega

Y el espejo deformado empieza a devolver belleza, y los defectos se vuelven cualidades

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José F. Peláez

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Si todo hombre necesita a una mujer mala para conocerse del todo, todo torero necesita un mal toro para conseguir encontrarse. Una mujer mala no es lo mismo que una mala mujer, igual que un mal toro no es lo mismo que un toro ... malo. Pero sirve para entendernos: nada pone a un hombre delante de un espejo tan terrible como la mujer que ama, que no es la única, pero que es la única que importa. Ese espejo no tiene piedad y además no le importa no tenerla. Muestra solo tus defectos, exagera tus limitaciones y desborda tu propia vulgaridad por las cuatro esquinas, las cuatro extremidades de una misma incapacidad. Y cuando te miras en esa mirada te ves débil, frágil y perdido. Esos dos ojos son dos fiscales, dos fiscales negros como una noche larga, una noche oscura del alma detrás de la cual no hay nada. Solo un silencio rabioso. Porque no es que no tengas nada que decir, es solo que no sabes cómo. Sabes lo que quieres, sabes que lo sabes, pero llega el toro y no te sale. El toro malo es el que no ayuda y el mal toro es el que te mata y, mientras eliges uno de los dos venenos, recuerdas quién eres y relees a Bergamín y te emborrachas de tu propio misterio cada mañana. Pero llega otra vez la tarde y, de nuevo, no lo logras, no eres capaz de hacer real en la arena lo que es real en tus sueños de niño ciego.

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