LA SUERTE CONTRARIA
La derecha está a punto de explotar
La guerra cultural ha tenido una hija, que es la guerra comercial
¿Cancelación o marketing?
El mudo, el ciego y el malo
Vox no es un partido sino una marca bien construida y pensada para ir al mercado, no al gobierno. Tiene una promesa clara y un posicionamiento fuerte que marca su tono de comunicación. Abascal supo ver que en España había mercado para un movimiento ... ultra, porque toda tendencia global pide una filial local. Y cuando hay mercado, público y una necesidad, hay dinero. Si además tienes una marca, se trata solo de salir a la calle a cogerlo. Pero eso pasa por no gobernar y, por lo tanto, por expulsar a los que crean que detrás hay un objetivo político y no solamente empresarial. En las empresas no hay democracia interna sino accionistas, consejo de administración y empleados. El resto son solo clientes.
Hace tiempo que Vox ha decidido que no es muleta sino sustituto del PP. No es su socio, sino su rival. Su objetivo último es destruirlo. No ha venido a ayudar a un cambio sino a imposibilitarlo, porque el sanchismo es la vaca lechera de la que salen sus votos y lo necesitan sano. Es legítimo. Ahora solo falta que se entere el PP, donde aún hay quien piensa que Vox no es un movimiento ultra sino «la derecha sin complejos»; que hay que entenderse con ellos y, ojalá, reunificarse. El PP, así, no solo tiene el enemigo enfrente sino también en casa. Se supone que Feijóo vino a dejar claro que son movimientos opuestos e incompatibles, pero años después la indefinición sigue igual. La verdad es que la derecha tiene dos rivales ideológicos: la izquierda y la extrema derecha, pero el PP se olvida de confrontar con uno de ellos, lo que les aleja de la mayoría en vez de acercarles a ella. Se limita a mendigar el apoyo de Vox mientras Vox fortalece el sanchismo. Ese fue el fin último de los pactos en las autonomías: imposibilitar un gobierno del PP en Madrid. Una vez logrado, se fueron. Por supuesto, en el PP aún no se han enterado.
Y mira que lo ponen fácil. Este fin de semana hemos visto a la ultraderecha europea a las órdenes de un lunático peligroso y antiliberal, dejando claro lo que quieren. Quien los haya escuchado comprenderá que el peligro del fascismo ya no es una chorrada de progre en la barra de un bar sino una realidad. La guerra cultural ha tenido una hija, que es la guerra comercial. Los aranceles –decía Mitterrand que el nacionalismo es la guerra– ponen contra las cuerdas a la UE y no solo Trump sino también Orban-Putin trabajan para ello. Los bloques, así, se reconfiguran ante la mirada perdida de un PP incapaz de posicionarse y de defenderse de quien pone en riesgo su proyecto y, como consecuencia, la Constitución, la España del 78 y la democracia liberal.
Vox es un polvorín que va a explotar, pero su mercado seguirá vivo. La propuesta de la derecha está desdibujándose en un escenario en el que el PP pide un congreso de redefinición ideológica a gritos. Lo que venga –si Vox es Salvini, Espinosa es Meloni– sí que supondrá un verdadero problema para el PP porque ya han aprendido y esta vez puede acabar también con ellos. Posiblemente no merezcan otra cosa.
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