la suerte contraria
Decadencia
Hoy algunos miran a Sánchez como esos niños que creen en la magia y que miran a las manos del mago
El relato ya está escrito
No hace falta moción de censura
La decadencia del Imperio Romano no sucedió de la noche a la mañana, como el cambio de hora; fue un proceso largo, complejo y lleno de grietas que fueron debilitando su estructura. La imagen de una especie de vikingos con cabezas de búfalo asaltando las ... puertas de la ciudad eterna tiene más que ver con los bárbaros del trumpismo que con los de allende el Rin, muy alejados de ese cliché. En cualquier caso, fue el desenlace de una historia que se fue gestando poco a poco, por la corrupción, el agotamiento y un sistema incapaz de adaptarse a los tiempos. Las cosas solo se desmoronan por fuera cuando lo de dentro ya está podrido.
Algo similar podría decirse del felipismo, que, como todo imperio, tenía fecha de caducidad. Sus últimos años estuvieron marcados por la corrupción, el desgaste y una desilusión colectiva que finalmente se tradujo en alternancia. El GAL, Roldán o Filesa fueron solo las grietas finales que terminaron por llevar el edificio al colapso. El felipismo no cayó por falta de mantenimiento, sino por la erosión moral que lo arrastró al precipicio.
Y llegamos al sanchismo, que vive los mismos síntomas de decadencia en un ciclo que parece repetirse. Ni siquiera en el imaginario de la izquierda queda ya nada de aquel Sánchez de 2018 que prometía regeneración, cambio y una política sin mácula. Se ha cambiado por una sombra sulfurosa envuelta en alianzas autolesivas y en pactos con el diablo. Las grietas son evidentes y el sanchismo, como el felipismo, ha pasado de la promesa a la fatiga, que es el primer síntoma del declive.
Lo curioso de las decadencias es que siempre hay algo que las impulsa. En Roma, la acumulación de poder en manos de unos pocos y, en el felipismo, la corrupción sistémica, que dejó al PSOE como una máquina de burocracia al servicio de intereses personales. Pero en el sanchismo la chispa ha sido el ataque a las instituciones, que, por supuesto, provoca que estas se defiendan. Y cuando eso sucede en el contexto de una polarización extrema creada por ti mismo, la criatura toma vida y se revuelve contra su Doctor Frankenstein.
Lo que comparten estos tres momentos históricos es la sensación de inevitabilidad. La decadencia estaba ahí, latente, pero los protagonistas se negaban a verla. En Roma, algunos pensaban sólo hacía falta mano dura. En los años finales de González, había quienes creían que el PSOE podría volver a sobreponerse a su propia sombra. Y hoy algunos miran a Sánchez como esos niños que creen en la magia y que miran a las manos del mago, esperando que aún le quede una carta por jugar.
La historia nos enseña que las decadencias no se frenan, solo se niegan, se alargan y, cuando revientan, te pillan con cara de tonto. Los bárbaros no llegaron de repente a las puertas de Roma: ya estaban dentro. El felipismo no cayó por una causa, sino por muchas. Y el sanchismo no parece diferente. En Roma sabían que no es que los tiempos estuvieran cambiando, sino que ya habían cambiado. Y la decadencia, como siempre, ya estaba aquí.
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