la suerte contraria
¿Cancelación o marketing?
Lo moral opera en el terreno de lo real, pero el marketing opera en el terreno de los intereses económicos
El mudo, el ciego y el malo
Sánchez 2031
«En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército 'woke', han alcanzado las tropas racionales sus últimos objetivos militares. La guerra cultural ha terminado». En realidad, el fenómeno 'woke' llevaba tiempo moribundo, como un manso con una estocada en todo lo alto que ... derrota por última vez mientras busca las tablas con la lengua fuera. Pero si tuviéramos que buscar fecha para datar su muerte definitiva, esa sería, sin duda, el mes de febrero de 2025. El ridículo que han alcanzado, el desprestigio casi universal en el que se mueven y el nulo apoyo social del intento de cancelación de Karla Sofía Gascón ha sido la gota que ha colmado el vaso. Así, ella es ya la George Floyd de la cancelación, la Rosa Parks de la violencia 'progre' y el símbolo del fin de una época ridícula y cruel, lo que la convierte en víctima y, por lo tanto, en 'wokizable'. Nace lo 'metawoke', que es la reivindicación de las víctimas de lo 'woke'. Si para recordar a Floyd se hincaba rodilla en tierra, simulando la postura en la que acabaron con su vida, para apoyar a Karla Sofía deberíamos tuitear solo con la mano derecha. O mejor aún, no tuitear, que es más sano.
La sociedad se ha colocado masivamente de su parte ante el linchamiento inmisericorde de los cobardes de siempre. Y se ha producido una situación curiosa: aquellos que criticaban su nominación por resultar una nominación 'woke' –es transexual– ahora critican su intento de cancelación por resultar una cancelación 'woke' –es un poco facha–. Es decir, lo 'woke' muere porque se convierte en la excusa perfecta para lo que sea, para cancelar, para criticar la cancelación, para criticar al que critica y para cancelar al que cancela.
El resultado ha sido la exclusión de la actriz de la campaña de promoción de Netflix, su obligada ausencia de la gala de los Oscar y de los Goya, unas opciones casi nulas para ganar la estatuilla y una especie de 'apartheid' por parte de la industria, que es una industria putrefacta, inmoral y puritana. Casi todo lo anterior me parece mal. Pero no todo. Que una actriz vea cómo su trabajo se valora por sus ideas no tiene un pase. Que no pueda ir las galas, menos, porque a la desfachatez se une la falta de humanidad. Que sus compañeros no salgan hoy en tromba a apoyarla con chapitas que acusen a Urtasun de tránsfobo, aún menos.
Pero que un productor o una plataforma privada decida que la promoción de su película no la debe liderar una persona públicamente significada como racista, xenófoba o islamófoba, me parece comprensible. Lo moral opera en el terreno de lo real, pero el marketing opera en el terreno de lo simbólico, de la imagen pública y de los intereses económicos. Y aunque una actriz pueda pensar lo que quiera, una persona así no resulta la más conveniente para una promoción. Es lógico, es justo y hay que saber separar las cosas. Quien odia a los musulmanes puede ser un gran actor, pero no una gran persona. Y menos aún un buen reclamo para vender cine a millones de personas, que, por supuesto, es de lo único que se trata.
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