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la suerte contraria

Se busca al peluquero de Luis Alberto de Cuenca

Cuando vienen mal dadas o haces poemas o haces cócteles. Luis Alberto eligió bien. Tanto que ahora es feliz y así no hay Dios que escriba

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José F. Peláez

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Luis Alberto me advirtió que la cita para ver su biblioteca no podría prolongarse en exceso: tenía hora con el peluquero. Cuando oí eso, pensé que, sin duda, habría de ser cierto. Nadie pone al peluquero como excusa. Siempre hay un funeral del que ... tirar, una cita médica sobrevenida o, simplemente, una traducción de la muerte de Sócrates en el 'Fedón' a medio hacer. Pero, cuando lo tuve enfrente, estuve a punto de decirle que lo reconsiderara. No solo por prolongar la cita sino, sobre todo, por prolongar el estado de gracia de su pelo. Hay un momento entre corte y corte en el que lo tienes perfecto. Dura poco, sí, pero ese día es maravilloso. Sonríes a tu reflejo en los escaparates, caminas como si salieras de uno de esos anuncios de colonia y hasta compras flores. Narcisos, orquídeas, qué sé yo. Bien, Luis Alberto vive en ese momento de modo permanente. Es un auténtico CDR –'Cheveux de Riches'–, y su cabello tiene ese tono entre el gris y el blanco imposible de conseguir en el mercado de tintes estándar. Ese tono llega necesariamente desde los cromosomas. En concreto, y según leo, desde el gen MC1R que, en su caso, es una fábrica de colágeno y de lirismo. Si yo tuviera ese pelo no me lo cortaría nunca. O quizá sí, quizá iría todos los lunes a las cuatro de la tarde dejando plantadas a las musas y a las visitas para conservar permanentemente la largura exacta, la patilla perfecta, esos rizos en la nuca que sugieren que, de no mantener la cadencia obstinada, comenzarían a encerrarse sobre sí mismos. Y pasaríamos de poeta elegante a promesa del toreo. Y de ahí directos a Jep Gambardella. Porque la extravagancia es la consecuencia visible de la tristeza.

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