la huella sonora
El bar
Madrid es la capital de Hispanoamérica, el centro del mundo hispano. Lo que un día fue México y otro Miami es hoy un punto imaginario entre Chamartín y Atocha
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En la barra de este bar hay un chico y una chica hablando catalán. Es algo muy normal en Madrid, por el centro cada vez se oye a más gente hablando catalán. Supongo que un mal domingo tomaron la mejor decisión de sus vidas y ... decidieron salir hacia lugares más prósperos, más democráticos, más civilizados.
O quizá solo estén unos días por trabajo. No lo sé, pero estos dos en concreto hablan alto, premeditadamente alto, como si al dejar claro su origen se sintieran superhéroes, 'outsiders', gente especial, como el que admira a Zapatero o se compra un mono.
otras huellas sonoras
El resto del bar actúa mostrando esa indiferencia que solo Madrid es capaz de mostrar. Porque, por lo general, a Madrid no le importa demasiado nada: ni que hables catalán, ni que bailes una sardana, ni que montes un 'castell' en la estación de Cuatro Caminos. Diría que no le importaría ni siquiera que le anunciaras el fin del mundo con acento de Palafrugell, que es, por cierto, el catalán que mejor entiendo. Por Pla.
Al otro lado hay dos señores con el pelo blanco y pinta de jubilados de Caja Madrid que deberían estar hablando de la rentabilidad de no sé qué fondo indexado pero que, en realidad, hablan de Bellingham. Del esguince. Están preocupados, pero tienen confianza en que se recupere para el partido del Valencia.
Beben cerveza, comen patatas fritas de las buenas y me recuerdan lo bello que puede ser el mundo cuando llega el sol y te pilla en paz. Toman dos rondas, dejan propina y se van justo a tiempo para llegar a casa a las dos. A comer sin bronca. Les despiden amablemente Camila y Berselia, las dos camareras, que nacieron en Perú pero que son más madrileñas que Luisa Fernanda.
Controlan la barra como Chicote, dominan al cocinero como el domador domina al león y sonríen con la plenitud que solo puede alcanzar quien lo ha perdido todo menos la esperanza. Madrid es la capital de Hispanoamérica, el centro del mundo hispano. Lo que un día fue México y otro Miami es hoy un punto imaginario entre Chamartín y Atocha. Digamos que el mundo se divide en dos en el círculo central del Santiago Bernabéu. Y me ha tocado en la parte buena.
La última vez que saludé a alguien que me sonaba acabé haciendo el ridículo con Martina Klein en la Gran Vía
Entra un vendedor de amuletos. Tiene pinta de senegalés, lo reconozco porque se parece a un amigo con el que trabajé en Londres que era 'griot', es decir, poeta, músico y cantante a la vez. Y en las tres cosas era igual de malo. Hay dos chicos con bigote que se besan por primera vez y una anciana que se juega el dinero de la compra a la máquina. Y dos ejecutivos que dicen que en Madrid el viernes todo el mundo teletrabaja. Y que, por eso, la gente ahora se emborracha el jueves. Hay un taxista de Rabat que se toma un café más negro que nuestro porvenir y, en la terraza, uno que me suena y no sé de qué. No le saludo porque la última vez que saludé a alguien que me sonaba acabé haciendo el ridículo con Martina Klein en la Gran Vía.
Hay dos venezolanas recién operadas de la nariz y un teleoperador con mascarilla que dice que vive en Vallecas, pero que tiene piscina y pista de pádel. Y un funcionario de prisiones en Aranjuez que está aprendiendo a jugar al golf. Y varios estudiantes haciendo cuentas de lo que les va a costar la cuenta y de los paquetes de arroz que podrían comprar con la mitad de lo que valen esos nachos fraudulentos. Y yo, claro, que al salir de allí me diluí en la ciudad, que es como diluirse en el tiempo, el mismo tiempo que nos estamos perdiendo de tanto mirar a donde no debemos en lugar de levantar la mirada y clavar de una vez los ojos en la vida.
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