LA HUELLA SONORA
El auto odio
«El ámbito correcto de valoración de la no publicación de 'El odio' es la tremenda cobardía de una editorial como Anagrama que ha decidido que el mejor fin para una obra es la hoguera»

La labor de la literatura, como la de cualquier otro arte, no es hacer una sociedad mejor, instruir moralmente al lector o ayudarle a buscar la virtud. Su función tampoco es la opuesta: construir una sociedad peor, corromper al público o promover activamente las sombras. ... Su labor no es iluminar; tampoco, ensombrecer. No es buscar las grietas ni taparlas. Sencillamente, la literatura no tiene función. Cada libro es lo que el autor haya decidido que sea, si es que eso fuera posible, algo bastante cuestionable, porque la realidad es que cada libro es la historia de un fracaso. Como decía Pessoa, «no hay mayor castigo que el de saber que todo lo que escribo resulta enteramente fútil, fallido e incierto». Todo libro es una derrota, todo párrafo un fracaso y todo autor un náufrago. Eso es todo.
La escritura es un ejercicio de libertad, de libertad extrema. Si perdemos eso, lo perdemos todo y habría que comenzar a asumir que ya no es posible seguir escribiendo. Se está llevando el debate de la no publicación de 'El odio' a lugares que no me interesan, como el de la cancelación. La realidad es que este libro no ha sido cancelado por nadie. Tampoco la culpa es de la ley: no hay ningún juez que lo haya prohibido. El ámbito correcto de valoración es el de la cobardía, la tremenda cobardía de una editorial como Anagrama, que ha cambiado de criterio y ha decidido que el mejor fin para una obra es la hoguera. A tal fin -que es peor que la censura y que se llama autocensura- se une, de modo sorprendente, un número indeterminado de librerías que habían advertido que no pensaban vender el libro. Efectivamente, la editorial es libre para elegir su catálogo. Y la librería es libre para elegir su oferta. Pero el público también es libre para vetar de modo permanente a todas aquellas librerías que vetan aquellos libros que les incomodan. Porque, en sentido contrario, debemos entender que los libros que sí que venden llevan, de modo implícito, un certificado de moralidad, un sello que asegura que eres un buen muchacho que lee las cosas correctas o un 'seal of approval' como un hierro candente que marca en la frente tu idoneidad como persona.
«La escritura es un ejercicio de libertad. Si perdemos eso, lo perdemos todo y habría que comenzar a asumir que ya no es posible seguir escribiendo»
Visto así, todos los libros vendidos son solo uno: el catecismo. Y la lectura sería un sacramento, el único, junto al matrimonio, en el que el contrayente es, a la vez, el ministro. El sacerdote -el librero- sería solo el testigo que, junto al ticket, te expide un diploma de buenas costumbres. Si el público acepta sin más que una tienda pueda vetar un libro por no considerarlo moralmente aceptable, está asumiendo que una tienda pueda vetar lectores por no considerarlos moralmente aceptables. Lo siguiente es aceptar con una sonrisa que una tienda vete el libro de mi amigo Cristian Campos sobre Isabel Díaz Ayuso. O que vete a autores judíos, o rusos, o trumpistas. O negros, o comunistas, o simplemente libros en los que haya escenas de sexo homosexual o de muertes de animales, lo que sacaría del sistema al propio Miguel Delibes.
Insisto: de nuevo no lo hace un juez ni la presión woke. Lo hace la cobardía de quien más debería luchar por defender la libertad de sus autores y la escritura como acto sagrado y no como acto competitivo. La editorial sabe que la creación artística no es un juego. Nuestra obra representa nuestro yo. Y una vez negado eso, el libro se diluye y se convierte, por arte de magia, en una pieza más de otra obra de arte, una obra involuntaria que ya no sería literatura sino un ready-made sobre la negación del arte, como los que hacía Marcel Duchamp. Si el libro se llamaba 'El odio', la performance que les ha salido debería llevar otro título. Visto lo visto, ninguno mejor que 'El auto odio'.
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