la suerte contraria
Alto el fuego
Llega un momento en el que ya no recuerdas ni por qué luchabas, cuál fue el origen, de dónde viene tanto odio
Padre
Usted puede ser Torquemada
El rencor es un gusano en el alma, un surco de odio a navaja que se hunde en la carne y que no cicatriza nunca. Se diferencia de la envidia en que a un envidioso le duele el éxito ajeno mientras que a un rencoroso ... le duele el recuerdo de su propio dolor. Y lo hace cada mañana. Por eso la envidia trae consigo la culpabilidad privada y el reconocimiento de la propia miseria. Y se tapa con arena para que no huela. Pero el rencor es diferente, es público, no llega con reproches delante del espejo y forma una venganza en estado de latencia, como una crisálida esperando su momento para pasar de larva viscosa a mariposa que sobrevuela las flores de lavanda. Cuando el origen de ese rencor lo forma una afrenta a tu familia, pasas de víctima a verdugo, aparcas el dolor y coges las armas para hacer lo que debes: proteger a los tuyos, jugarte la vida, morir si es necesario.
Y así debe ser. Yo puedo asumir un ataque personal, pero si el ataque es a mis padres, a mi hija, a mis hermanos o a mi pareja la cosa cambia. No sé lo que debe de ser ver a tu pareja llorando en la cama, destrozada por culpa de una bala que iba dirigida a ti, una bala vicaria, cobarde y triste. Pero supongo que no es agradable. No sé cómo se encaja un ataque a tu padre difunto, a tu hermano comercial, a tu mujer consultora. No sé lo que se ha de sentir cuando un país entero critica el aspecto físico de tus hijas o llama puta a tu novia. Tampoco sé cómo se interioriza el hecho de levantarse y ver la cara de tu hermano en una lona gigante colgando de una fachada en Goya. O que llamen a tu padre terrorista. O a tu suegro chapero. Pero entiendo que ha de provocar un odio enorme, un dolor destructivo que no cesa y que solo se supera tomando el toro por los cuernos, sobrerreaccionando y protegiendo a los tuyos con un ataque simétrico. Eso te convierte en alguien con motivos poderosos. Y dejas de ser víctima para convertirte en alguien peligroso y seguramente irracional. Dejas de estar bajo las circunstancias para situarte por encima de ellas.
O eso crees porque, en realidad, poco a poco dejas de operar en lo real para operar en lo simbólico. Y la política deja de ser algo honorable para convertirse en Corleones contra Tattaglias y Barzinis. Y llega un momento en el que ya no recuerdas ni por qué luchabas, cuál fue el origen, de dónde viene tanto odio. No sabes ya quién era el malo y repartes la culpa entre todos, de modo injusto y desquiciado. Pero no puedes pararlo porque sientes que, fuera lo que fuera lo que prendió la mecha, aquella conjura tenía sentido. Y ya no vives más que para ganar una guerra personal en la que todos los puentes están quemados. Y la vida se va pareciendo a un 'reality' en el que van cayendo rivales mientras en el plató los familiares se despellejan delante de un país que mira con una enorme pena. El primero que levante el dedo del gatillo y entienda que solo la cordura protege de verdad a la familia se llevará la mano final. Y resulta muy conveniente llegar a esa mano vivos.
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