Aunque recurro mucho, en los últimos tiempos, a clásicos del cine y a otros que todavía no son clásicos, pero que lo serán muy pronto, no lo hago porque crea que explican lo que pasa en la vida. Ni mucho menos. El cine ha intentado ... superar el maniqueísmo de su edad heroica, cuando había buenos y malos absolutos, pero no puede prescindir del mito de la continuidad del carácter o de la identidad de los personajes relevantes. Se comprende. Si la personalidad del protagonista cambiara por completo dos o tres veces en las dos o tres horas que dura la película, el público pensaría que le están tomando el pelo. La coherencia del relato exige, al menos, una mínima coherencia del personaje central. Puede admitirse que mute (sobre todo a mejor) en el tramo final de la historia, pero no que lo haga cada cuarto de hora, salvo que la peli vaya de alguien como Perico Saunas.
'El impostor' es el título de la reciente película (2024) de Aitor Arregui y Jon Garaño, protagonizada por Eduard Fernández, y basada, al menos parcialmente, en la novela del mismo título de Javier Cercas sobre Enric Marco Batlle, aquel tipo que se hizo pasar por deportado a un campo de trabajo alemán y consiguió dirigir la asociación de antiguos internados españoles en el universo concentracionario nazi.
La película se sostiene porque el prota trata de mantenerse fiel hasta el fin a su único proyecto existencial, es decir, a la impostura misma, incluso después de ser descubierto. Siete años antes de la primera edición de la novela de Cercas, yo publiqué otra sobre un notable impostor vasco, el cura Martín María de Arrizubieta y Larrinaga, cuya biografía ha sido esbozada en enjundiosos trabajos de Xosé Manoel Núñez Seixas. El cura Arrizubieta, nacionalista vasco al servicio de Joseph Goebbels en Berlín, fue un camaleón político que consiguió encandilar a la generación fundacional del Felipe (a César Alonso de los Ríos y a José Ramón Recalde, entre otros) y a buena parte de las fuerzas de la cultura del Partido Comunista y aledaños (Blas de Otero, Carlos Castilla del Pino, Agustín Ibarrola, Gabriel Aresti…). Muchos de ellos lo despellejaron cuando su pasado se conoció, a finales de los años setenta. Arrizubieta y Larrinaga, con todo, presentaba un historial más interesante, dentro de su depravación, que el de Enric Marco.
A veces, siento la tentación de escribir sobre otros impostores que he conocido en la izquierda y los secesionismos, que son sus caldos de cultivo naturales, aunque ya no tienen gracia, pienso yo, los manguis como Revolquete y su sucesor y protector en el ministerio de los pufos y las escorts con pisos de lujo a cargo del erario (me refiero, claro está, al actual titular, por mal nombre Volquete). «Volquete y Revolquete, dos matones de sainete al servicio de Al Pedrete». A lo mejor me monto una peli con ese título.
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