la tercera del director
Encuentro de ABC con Francisco
Habla claro en muchos asuntos y se le notan reservas y ambigüedades en el terreno político, especialmente con las cosas de España y de Latinoamérica. Inflexible con el asunto de los abusos, con el gobierno de la Iglesia y con las tensiones entre sus distintos sectores. No disimula
Roma la hicieron los Papas. Hasta 1870 fueron los dueños absolutos de la ciudad. En algún lugar lo escribió Indro Montanelli, el mejor periodista occidental del siglo XX. Sin embargo, la firma estrella del 'Corriere della Sera' dejó pasar de largo una de las grandes ... exclusivas de su vida cuando Juan XXIII le llamó de improviso y en cinco horas de conversación nocturna deslizó que se proponía convocar el que después sería conocido como Concilio Vaticano II. El gran periodista florentino confundió concilio con consistorio y despachó el impresionante 'scoop' como un asunto menor dentro de su crónica del encuentro, por lo demás histórico: la primera vez que un Papa se decidía a hablar con un periodista. Según confesión propia, Montanelli tenía tan pocas ganas de verse con Roncalli que le pidió a su secretario, monseñor Capovilla, aplazarlo porque aquella tarde jugaba la Fiorentina. Missiroli, el director del 'Corriere' tuvo que aclararle que en cuatro siglos sólo había habido dos concilios y que el curso de la Iglesia estaba a punto de virar. El Papa Francisco no ha hecho a ABC una declaración que cambiará el rumbo de la cristiandad, pero nuestro corresponsal en el Vaticano, Javier Martínez Brocal, advirtió inmediatamente al Sumo Pontífice que nos estaba revelando una noticia importante para el futuro del pontificado: –Eso usted nunca lo había dicho. –Es la primera vez que lo digo. –Quiere que se sepa. –Para eso lo digo.
El Papa desvela que ha firmado una renuncia efectiva en el caso de que ocurra cualquier percance con su salud. Con esta declaración Francisco responde, gana tiempo y apaga rumores acerca del final de su mandato, justo a los diez años de la proclamación. Da por superados sus problemas con la rodilla, mantiene una voluntad sin resquicios, la firmeza de sus convicciones, una agenda intensa, y al mismo tiempo garantiza que si surgiera cualquier eventualidad el cónclave puede activarse de inmediato. Esto es determinante, porque el Derecho Canónico no prevé una salida a la situación de desgobierno si un Papa queda incapacitado. Repetiríamos los últimos años de Juan Pablo II. Con la renuncia voluntaria y explícita de Francisco, caso de ser necesaria, los cardenales podrán proceder a elegir un sucesor y evitar una larga etapa de incertidumbre.
Francisco escribe, llama y cierra personalmente sus encuentros con los medios de comunicación. En lugar de poner una fecha concreta, pregunta al periódico por su disponibilidad, cuando se contesta que la que mejor le venga al Santo Padre, insiste en que le ofrezcamos un par de alternativas y más tarde las consulta con su agenda. El Papa después vuelve a hablar personalmente con el periodista para matizar alguna declaración; algo extravagante cuando hasta los concejales de Cementerios usan asesores y jefes de prensa para la mínima necedad. El Papa en fin entra solo en la sala, sin acompañante, con un andador y un bastón gris plateado con una cruz incrustada y un pie de varios brazos, que luego usará para los movimientos más cortos. Y solo se queda con los periodistas, ni siquiera una monja o un secretario tras la puerta por si necesitara un vaso de agua o un documento. Y por las mismas solo se va por el vestíbulo de la casa Santa Marta, pasando delante de dos conserjes que apenas siguen sus pasos con la mirada hasta el ascensor, donde Bergoglio pulsa el botón y solo desaparece. Es buen conversador, coloquial, le quita pompa y boato a la charla, sus palabras arrancan con un hilillo de voz que va creciendo, elevándose, pero no demasiado. Es llano en la expresión, lo que le resta solemnidad al acto, resulta menos impresionable, pero a cambio gana en densidad comunicativa. Pasada la hora y media del encuentro, hace un amago de mirar el reloj, quizás esté cansando o puede ser impaciencia, pero no corta la entrevista, pide que se continúe. Cuando ya se ha ido, y parece que todo ha concluido, a diez metros de distancia, nos llama de nuevo, «aquí tenemos un periodista», vocea. Está frente al árbol navideño de la entrada; nos acercamos y suelta dos o tres palmadas, entonces una bruja colgada en mitad del árbol enciende unos ojos llameantes y emite algunos gorgojeos tontorrones. El Papa ríe, ha hecho su humorada, y ahora sí desaparece tras la puerta del ascensor.
Su residencia, la casa Santa Marta, es un edificio convencional, de pretensiones funcionales, situada en una explanada en un ala de la ciudad papal, hacia la mitad de la fachada derecha de la basílica, fuera de los palacios. Allí mantiene Francisco una vida frugal, se cruza con visitantes ocasionales, y austeridad aparte consigue estar alejado de la burocracia vaticana y sentirse menos controlado y vigilado. La sala de recepciones de la entrevista resulta espaciosa e intrascendente, parecido al salón de actos de cualquier colegio concertado de España. Las cortinas, las alfombras o el mobiliario son comunes e irrelevantes. Dos cuadros tienen importancia. Un San José moderno que en realidad es un padre que lleva a su hijo pequeño a hombros. Podríamos ser cualquiera de nosotros en un parque de atracciones, pero representa a un refugiado sirio, y aquí encontramos un mensaje valioso para este Pontífice. San José pintado como un refugiado, un inmigrante. Esto toca muy de cerca la historia familiar de los Bergoglio, rozando el drama. En 1927 el abuelo del Papa estuvo a punto de salir del Piamonte con destino a Argentina en un barco llamado 'Princesa Mafalda'. A última hora no reunió el dinero suficiente y tuvo que esperar meses antes de emprender la navegación. Sin ese contratiempo, este Papa no habría llegado a nacer, porque el 'Princesa Mafalda' naufragó con todo su pasaje (más de 400 personas) frente a las costas de Brasil. Pero el cuadro más simbólico preside el desarrollo de la entrevista con ABC; se trata de la Virgen Desatanudos, ideada por un sacerdote de Baviera que en 1700 encargó esta imagen a un pintor para regalársela a un matrimonio en dificultades. Nuestra Señora de Knotenlöserin, la Virgen a la que se le reza para que resuelva los líos, porta una cinta que va desanudando con un angelillo a cada lado. Hace muchas décadas, Bergoglio la descubrió en un viaje por Alemania y volvió a Argentina con un paquetito de estampas, que acabaría germinando en una nueva devoción mariana.
Hemos terminado. El Papa nos ha dado su noticia. Por lo demás, habla claro en muchos asuntos y se le notan reservas y ambigüedades en el terreno político, especialmente con las cosas de España y de Latinoamérica. A veces evita pisar callos y otras no le importa ser demasiado explícito. Inflexible con el asunto de los abusos, con el gobierno de la Iglesia y con las tensiones entre sus distintos sectores. No disimula; da la impresión de que a juicio del Santo Padre las corrientes más tradicionales deben aprender a amoldarse, a renovarse, a convivir con los nuevos tiempos, en una tensión que no es nueva en la historia del catolicismo y cuya evolución todavía suena imprevisible y supera el periodo de este papado. En definitiva, no parece existir un error de percepción pública sobre su figura; la imagen general que se refleja de Francisco en la sociedad es correcta y aproximada, sin distorsión. Gustará o no, pero el retrato de conjunto que conocemos del Papa es fidedigno.
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