LAPISABIÉN
Urtasun
Están Bolívar, San Martín y él mismo
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Urtasun, ese hombre. Atildado, con corbatas finas a lo Guardiola, otro que tal; otro que camina sobre las aguas y ha traído la prosperidad al mundo desde su modestia (sic). Urtasun, bolivariano guapete haciéndole el caldo gordo a la cofradía de la 'chompa' y ... la llama (borrico de alturas, «pariente del camello» según expertos) y hasta a la Pachamama, que en España la necesidad palmaria es descolonizar los museos.
Urtasun, ocurre, que es que es así y por eso está haciendo de España una potencia cultural a la inversa y postrándola de hinojos a la buena gente de Cuzco, Cúcuta y hasta Querétaro. Ay Urtasun, un ministro que por contraste hará bueno a Iceta, que al menos de coros y de danzas y de fontanerías bailongas sabía algo. España, la pobre, para lo que queda en el convento, va y en el plano internacional se despoja de lo que fue: un imperio cultural, la continuación de Roma y con estos mimbres ministeriales se ha quedado como en el poema de Rodrigo Caro a las ruinas de Itálica: «Campos de soledad».
Urtasun, de primeras, suena a medicamento contra los mosquitos, pero Urtasun ha venido a liberar del yugo colonial a la América hispana, derribar el barroco peruano y cargarse, si puede, la Monumental del DF y reconvertirla en un club intelectual para poner verde a Hernán Cortés. Están el propio Bolívar, San Martín y él, que a lo único que le queda España, la cultura transoceánica que llevó la civilización y los saberes, la quiere dinamitar con esa prosodia como de psicopedagogo. Unan su mirada, que evoca a un beato en el momento del martirio; aunque sonría a la concurrencia.
En Londres se andarán poniendo las botas con este apologeta con cargo a los PGE de la leyenda negra. Urtasun no cita ni citará a Bartolomé de las Casas, ni el testamento de Isabel la Católica, que en estos de Sumar son de gas de la risa, Chanel, y la nada en tarritos. A Urtasun habría que llevarlo al Rastro con el gemelo de Page o Page mismo, regalarle una piedra andina a precio de saldo y contarle quiénes fueron Blas de Lezo, Sor Juana Inés de la Cruz y René Higuita.
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