LAPISABIéN
El crack
Le prometí a Garci una secuela, de buena mañana, en una gasolinera perdida entre árboles raquíticos, el cielo bajo y el suelo alto. Con una primera escena donde el protagonista, en un guiño a Delibes o al wéstern, se las tenía tiesas, acariciando la ... culata de su pistola, con cazadores mustios. Aquellos le discutían amenazantes cómo se cazaba una liebre. Mientras, el Machaquito disipaba las nieblas meseteñas ante los ventanales. Castilla.
Vi, entre las risas de José Luis Garci, que podía imaginarme ser el nieto de Areta, lacónico reconvertido a dicharachero; el mismo que podía despertarse con una sueca en un chalé en la costa con un bigote que imaginé en un rostro lampiño, pese a las leyes de la dermatología. Conforme el maestro Garci reía, yo le iba improvisando, me salían detalles; agentes dobles entre Marbella y los tablaos calés de Madrid. Algún embajador vicioso de rumbería, y los últimos billares, y las últimas peluquerías donde sólo se hablaba ya de Topuria.
Andaría en el guion un jaleo de 'indepes', reunidos con rusos blancos/zurdos en Puerto Banús o Blanes, y ellos, pasados de ratafía y de camisas pardas y esteladas, manejando un calendario para romper lo más sagrado. Iría pasando el tiempo, el nieto de Areta se haría seductor por ser contracultural en estos tiempos castrantes. Lo que su abuelo tuviera de callado, su nieto, Areta, lo tendría de hablador. Sería mujeriego, taurino, y la película llegaría hasta hoy con un torero triunfante, pelirrojo y con cara de irlandés.
Cenaría las más de las noches un bistec frente a Ferraz, donde el despacho. Solitario pero hablador. Billetes arrugados para pagar. Y una conspiración entre una España coja y un Marruecos pujante. Escenas en Tánger, todo en blanco y negro. Estreno en los mejores cines y un rosario de frases para enmarcar.
Sé que habría que abundar en planos interiores. Una foto en la jura de bandera, un viejo amor abrazado a mi Areta y a un raro día de sol en la playa de San Lorenzo. A mi Areta le pongo mi cara, pero también la de Raúl Arévalo, por no arriesgar.
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