La cicatriz

Al final son las autonomías fieles, cuando se cansen del tipismo, las que salven a España y entiendan, como me decía Manolo Alcántara en esos almuerzos largamente conversados, que «España es un país muy chiquito como para andar en guerras civiles». Manolo era jurado de los premios de la Feria taurina de Málaga, en aquella plaza de la Malagueta donde, recordaba, aterrizan gaviotas en los tendidos. Gaviotas que resuenan, cuando agosto se vuelve bravo y nocturno, como una banda. Toda esta digresión va para aplaudir al Juli. A su estética natural y discursiva de que no sobre ni falte de nada; que lo que cuenta, desde su juventud a su cara linda de mito temprano, no echa nada de más en falta. Ni nada de menos.

Se pone al Juli frente a Urtasun y es como comparar a Dios con un robagallinas. Urtasun, tan atildado, tan diazepam apócrifo y tan corbatita fina, me recuerda a Guardiola. Esa cosa hipotensa que camina sobre las aguas para cambiar el mundo. Y el Juli pidió el aplauso contra Urtasun que es un voto de la España real, la que ni quiere ni puede soportar que por sobrevivir la llamen asesina. Se vio con Ortega que la claridad es cortesía del filósofo, como la es del torero. El Juli hace buena para Cultura la máxima orteguiana de la cortesía de la claridad. Así, breve y conciso, dio la estocada definitiva a un ministro al que España le huele a ajo.

Hay que subirse en la sonrisa con cicatriz del Juli. Su cicatriz va liberando en lo mental lo que quieren que sea un campo de concentración.