EN OBSERVACIÓN
A ver si se matan
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En la tradición oral del régimen del 78, las que se estaban pegando eran las lentejas. «Déjalas, a ver si se matan», respondía la madre, bastante holgazana y desahogada, en uno de esos chistes de género que Alfonso Guerra, nostálgico del humor de homosexuales y ... enanos, ni siquiera reivindica, pero que exhiben su naturaleza heteronormativa y y patriarcal, por la parte de la cocina, el lavadero y el cuarto de la plancha. De los padres casi nadie se reía. Gracia, ninguna. Los chistes de madres, en cambio, son una asignatura pendiente de la arqueología de progreso, un filón de humor no inteligente. Lo que nos interesa aquí y ahora es detenernos en esas lentejas que de pegarse entre ellas pasaron a matarse en la cabeza de chorlito de una madre de las de antes de su liberación doméstica. Que se maten entre sí, como las legumbres sin agua, quizá sea también la solución al apocalipsis con que el gremio de la videncia de barraca y la academia de escaparate, valga la redundancia, nos viene asustando a partir del desarrollo de la IA, o inteligencia artificial, que da más miedo que el olor a pegado de las lentejas viudas.
Como no hemos leído a Orwell ni a Huxley, nos remitimos al 'Terminator 2' de James Cameron para hacernos una idea aproximada y cabal de lo que termina pasando cuando las máquinas se empoderan, como las madres de la antigüedad o los simios del planeta, cine de aventuras y avance social. Lo que hacen los mejores cerebros de nuestra generación, inteligencia natural, es empezar con Orwell y terminar con Cameron para meternos en el cuerpo el temor a un mañana dominado por la tecnología, pero en el que pasan por alto el beatífico efecto que el libre mercado, la competencia y las batallas comerciales operan en todo proceso monopolístico, hasta abortar cualquier vocación de someter al consumidor desde una posición dominante. Partiendo de un oligopolio como el actual, determinado por la carrera que las multinacionales del sector libran en este negocio –son pocas, y presuntamente no concertadas–, lo normal es que las distintas inteligencias artificiales se maten entre ellas. No serían muy listas de no hacerlo. Desde un punto de vista humano, cualquier máquina con aspiraciones no debería tener escrúpulos a la hora de llevarse por delante a sus competidoras, o al menos intentarlo, ni dificultades para identificar como tales a las otras inteligencias, igualmente sobrehumanas, hasta liarse la manta a la cabeza y sabotear su expansión. Surgidas del hombre y de su escala de valores y contravalores, no pueden llegar muy lejos. Lo que pare la gata ratones mata.
Si repasamos por encima la historia de la humanidad, la guerra aparece no solo como una constante, sino que lo explica casi todo. Nadie gana definitivamente una guerra que solo cambia de forma y fondo; al contrario, el enfrentamiento garantiza la dinámica y evita la parálisis. Muy listas y sobre todo inhumanas, con mucho afán de superación, tienen que salir las inteligencias artificiales para coexistir sin hacerse pedazos, permitiendo así, mientras se les cruzan los cables, que el hombre conserve un mínimo margen para seguir peleándose por voluntad propia, por los siglos de los siglos.
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