EN OBSERVACIÓN
Sin techo y sin memoria
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Si la burbuja inmobiliaria, hasta que reventó en 2008, se hinchó con el aire caliente del desahogo, conspirado por quienes fueron invitados a vivir por encima de sus posibilidades, la nueva bola de la vivienda, esfera del sinvivir, está metalizada en una de sus ... capas más compactas por la frustración de aquellos que desde la escuela fueron educados para vivir por debajo de unas posibilidades entendidas como capacidades, hasta convertirlos en discapacitados, antes disminuidos, a través de la asignatura de la victimización, imprescindible para manejarse en el campo yermo y urbanizado de la indignación. Por lo que tuvo de solución habitacional con porches a la calle, la acampada del 15-M, escombrera de la primera burbuja y a la vez taller metalúrgico de la segunda bola, está cargada de simbolismo.
La pescadilla se muerde la cola, los fondos-buitre vuelan en círculo y el simplismo se mueve en espiral. Casi todo es redondo, menos el negocio que nos ocupa y desokupa. Como la economía colaborativa, circular es también la pegatina que comienza a verse en las denominadas zonas tensionadas del mercado inmobiliario. «Fuck Airbnb. Save the barrio», clama el inquilinato (sic) en defensa numantina y bilingüe de un territorio invadido, su Donbass y su Gaza. En la rosca de esta tragicomedia bucea la pescadilla y vuela el buitre, animales ya domésticos. Casi todo es circular en un melodrama de precariedad salarial y consumo de bajo coste.
Sin darnos cuenta, a lo tonto, distraídos con Puigdemont, 'El hormiguero' o la Fiscalía, nos hemos adentrado en «la legislatura de la vivienda». Lo dice Pedro Sánchez, que va a «hacer realidad lo que representa un sueño irrealizable», pregona. Un apartamento en Torrevieja, como en el 'Un, dos, tres', o un pisito en Lavapiés, como en los vídeos de nuestro Black Lives Matter mantero. El «sueño irrealizable» de Sánchez es un esqueje del 'Dormíamos, despertamos' de la placa que en la Puerta del Sol recuerda el lirismo cursi que definió la acampada fundacional, con toldos a la calle, de tanta frustración.
Los sueños de aquella primavera se perpetúan en la irrealidad de un Ejecutivo que receta somníferos para el duermevela. Los sueños posibilistas del 15-M se cumplieron: volar, con Ryanair; beber cerveza, en los 100 Montaditos; vestirse, en Primark; recorrer España, en BlaBlaCar; pedir comida, por Glovo; comprar, en Amazon; oír música, en Spotify, y mayormente ver mundo, con Airbnb. Luego ponían las fotos en Instagram, o en su perfil de WhatsApp. Que se viera. Que se notara. Venga a viajar. Ahora hay quienes perciben que aquel círculo de saldos es la horca que los ahoga, y que la precariedad que fomentaron les aprieta por la parte del cuello. Todo es circular. «Fuck Airbnb. Save the barrio», se puede leer en el redondel que ahora distribuye y luce la clientela de toda la vida de Airbnb, tan viajada que descuidó su propio hábitat. Dormían, despertaron. Nadaban, se quedaron sin ropa.
Toca volver a soñar, hacer realidad lo irrealizable. Lo dice Sánchez, promotor inmobiliario de la legislatura de la vivienda, para consumo y ensueño de una legión de sin techo cuya precariedad salarial y su instrucción en la doctrina de la victimización los convierte en inquilinos de su propio desastre.
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