EN OBSERVACIÓN
Pablo Bustinduy en el planeta de los simios
Reconocer el parentesco entre humanos y monos nos va a hacer mejores
El caso Gómez, o el caso Sánchez
Begoña es sanchista
Por lo visto fue Joseph Fletcher quien estableció la conexión entre humanos y 'grandes simios' –bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes– a partir de una serie de altas capacidades comunes, lo menos quince: inteligencia, autocontrol, sentido del tiempo, compasión, comunicación, curiosidad y, entre otras, equilibrio entre ... razón y sentimientos. En sus buenos tiempos de secretario general de la ONU, Kofi Annan aseguró que «los grandes simios son parientes nuestros» y que «como nosotros se transmiten el conocimiento, tienen vida social y fabrican herramientas y medicinas». «Deberíamos extender a nuestros hermanos los chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos derechos básicos para cerrar una brecha que nunca debería haber existido», apuntó el antropólogo Richard Leakey. La brecha, los derechos, el pelo de la espalda y la dehesa, la depilación láser, Morata y los monos de Gibraltar, los plátanos de Canarias, el culo en pompa, la mona vestida de seda y tú lo que quieres es que me coma el tigre. Somos casi iguales, habas partidas. A la misma conclusión llegaron investigadores de la talla de Rocky Carambola, con su mono Coco, y Marco, el de Amedio. Ahora que el Ministerio de Derechos Sociales se dispone a redactar una ley de protección de estas alimañas, merece la pena reconocer sus méritos, modélicos para una comunidad humana que ha perdido el norte genético y magnético.
El principal rasgo que define a los grandes simios es su extrema violencia, consecuencia de un instinto –alimenticio y reproductivo– que los lleva a matar por aparearse y dominar de la peor manera a las hembras de la manada, acochinadas y dispuestas. Somos casi iguales, habas partidas. La 'brecha', que dijo Leakey; el 'autocontrol', que apuntó Fletcher; la 'vida social', que añadió Annan. El ministro Bustinduy tiene previsto seguir esta avanzada línea de pensamiento, poner unas letras en la exposición de motivos de su ley de grandes simios y subir en una carroza a media docena de ejemplares para que desfilen –en pelotas, engorilados, como mandan los cánones– en la cabalgata del orgullo feminista del 8M.
En la película de animación en la que vamos convirtiendo la realidad, sesión continua de Disney +, los simios son una monada que no sacan los dientes, por lo general ensangrentados, armas blancas con las que llevan a cabo la función –vital, ya olvidada por los humanos– de reproducirse. Nos pueden enseñar muchas cosas los monos de gama alta, vindicados por un Ministerio de Derechos Sociales cuya preocupación por el bienestar animal y el igualitarismo entre primates, humanos o no, puede desembocar, de paso, en una redefinición de los delitos de odio relacionados con el racismo, habituales en los campos de fútbol. Nos pueden enseñar muchas cosas los chimpancés en un tiempo en el que tantas brechas se cierran.
En la escena final de la versión restaurada de 'El planeta de los simios', en fase de montaje, valga la redundancia, Charlton Heston llega a una playa en la que la ministra de Igualdad, broncínea, a la sombra de un 'punto violeta' de las señoras García, le presta los pendientes a la mona Chita, primer macho de su especie en transicionar. «¿Qué huevos pudo fallar?», barrunta su personaje mientras se hurga bajo el taparrabos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete