EN OBSERVACIÓN
Nuestro monumento a la víctima desconocida
Edmundo González desenmascara con su renuncia a los falsos perseguidos
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Están levantando en Kiev un monumento al dron desconocido, en memoria de los artefactos inmolados por lo pirotécnico en una guerra digitalizada, desprovista ya del sacrificio de aquellos soldados sin nombre que morían por cientos de miles en las contiendas clásicas. Tienen previsto inaugurarlo el ... próximo 24 de febrero, aniversario de la invasión rusa, pero entre los contratistas, el escultor, el concejal y los vecinos, que se quejan del ruido, parece que no llegan. En España, donde desde al menos 2019 también estamos en guerra –«Iré cuando haya paz», dijo entonces el Papa Francisco, infalible en cuestiones geopolíticas, especialidad de la casa pontificia–, nos dejamos la piel en una batalla cuya figura central, cuando no única, es la víctima, protagonista también desconocida del monumento que nuestra mayoría de progreso planea construir para que la nación agradecida recuerde el sufrimiento de todos los que en los últimos años se han hecho los ofendidos, los perseguidos, los calumniados, etcétera. El cenotafio, piedra y bronce para la eternidad, será erigido en Barcelona, por el tema de la cocapitalidad y porque según quitan estatuas y repintan murales en la Ciudad Condal va quedando mucho hueco.
La llegada de Edmundo González a España pone a nuestra asociación de víctimas y plañideras de progreso ante el espejo del verdadero sacrificio, el de un septuagenario que lo deja todo, incluso a los que confiaron en él, para evitar la cárcel. Bienaventurados los perseguidos. Su particular 'carta a la ciudadanía', la del pasado lunes, reverso ético de la firmada en abril por Pedro Sánchez, es un modelo de renuncia y de capitulación ante lo insufrible.
Quienes en la corte presidencial se quejan con grosería del acoso judicial que sufre el jefe del Ejecutivo tienen en Edmundo González –sobre el que pesaba en Venezuela una orden de arresto por desobediencia, conspiración, usurpación y sabotaje– el mejor material de contraste para realizar, en casa, como con el Covid, la prueba de imagen que devuelva la dignidad a la figura de unas víctimas cuyo sacrificio han manoseado y expropiado para atribuírselo.
—Doctor, creo que sufro delirio persecutorio.
—Usted lo que no tiene es vergüenza.
En la escala de la inmoralidad, hacerse la víctima es un estadio superior a hacerse el ofendido. De eso vive una mayoría social cuyos líderes dicen ser víctimas del heteropatriarcado, del cambio climático, de la homofobia, de la ola reaccionaria, de los jueces, de los tabloides digitales, de los fondos-buitre, de la pobreza energética, de la sanidad privada, de la internacional ultraderechista o de la lactosa. No hace tanto que los cabecillas de la revuelta separatista se comparaban con Mandela, Luther King o Gandhi. Les faltó Kunta Kinte para completar el retablo de las maravillas en el que trataron de colocar su peana. En esas seguimos, faltando el respeto y deshonrando la memoria y el oficio de quienes con nombre propio o de forma anónima, ahora Edmundo González o los millones de venezolanos que lo votaron, abandonados a su suerte, desafían con la verdad de su miedo y su martirio a los impostores del victimismo, laureados en su farsa de mármol.
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