EN OBSERVACIÓN
Iconos tus ojos
Isabel II no está a la altura de Daenerys Targaryen, de 'Juego de tronos'
Mientras baquetean su ataúd, Isabel II examina con curiosidad y miedo lo que deja atrás y comienza a asumir su condición 'post mortem'. «Setenta años de servicio para terminar hecha un icono, manda huevos», rumia la Reina. Lo de los estados intermedios y la existencia ... samsárica, lo aprendió en la India, por lo de Commonwealth, y lo de los huevos se le quedó grabado hojeando el dosier que le pasaron cuando a Federico Trillo lo hicieron embajador en Londres. Isabel II es hoy, ya para siempre, un icono, a la altura universal de la paella de colorines fosforescentes, la camiseta de los Ramones que venden en el Primark, el eccehomo de Borja o el bolso de Zara que saca en Instagram una 'influencer' de extrarradio.
Para hacerse una idea aproximada de lo que representa ser un icono en el siglo XXI no hay más que clicar en la pestaña de 'Noticias' de Google –hechos probados, o al menos publicados– tras activar la búsqueda de un término convertido desde hace más de una década en categoría informativa y etiqueta universal. En orden descendente y de forma provisional, la lista de iconos quedaba ayer así: Isabel II, nuestra querida e inquieta Victoria Federica, la celebridad conocida como Iris Apfel, el ratón Mickey, el cantante surcoreano Kim Tae-hyung, el escritor Javier Marías, la también cantante Chanel, las actrices Marilyn Monroe y Gina Lollobrigida, Harry Styles, ídolo de masas adolescentes; el exdirigente soviético Mijaíl Gorbachov, el argentino Marciano Cantero; la tenista Serena Williams, el líder de Arcade Fire, la difunta Diana de Gales, la jugadora de baloncesto Sue Bird, el canterano del Osasuna Aimar Oroz; Ana Blanco, secular presentadora de telediarios, el torero Manolete y, por no seguir, La Tremendita, cantaora o algo parecido.
Si pasamos de Google a la Wikipedia, biblia del desconocimiento y guía del nuevo desorden mundial –premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional (2015); Google mereció el de Comunicación y Humanidades en 2008– resulta que Isabel II deja mucho que desear como icono. Con una envidiable entrada de 5.823 palabras, la Reina británica queda muy por debajo del texto que glosa y consagra para la posteridad –10.694 palabras– la figura de Daenerys de la Tormenta de la Casa Targaryen, Madre de Dragones, Rompedora de Cadenas y Khaleesi de 'Juego de tronos', para más señas. «Estamos haciendo otra vez el ridículo», masculla encajonada Isabel II, camino de Londres.
Si el emoticono ha suprimido toda expresividad lingüística y limitado las capacidades comunicativas de los usuarios de las redes de telefonía, que son unos cuantos, su precedente etimológico ha venido a estandarizar la vulgaridad, el igualitarismo y la superficialidad del análisis que merecen las cosas, los hechos y las personas, transformados en iconos para consumo de una opinión pública que asistió al entierro civil del rigor sin siquiera ponerse de medio luto. Aquellos quince minutos de fama que en 1968 Warhol prometió a la humanidad constituyen la prehistoria mediática de un proceso iconográfico que reduce a estampitas, cartas que se barajan y reparten, azar y caos, a personajes de toda laya, formateados e inutilizados para cualquier tarea futura.
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