En observación
Derogar el zapaterismo
El sanchismo, poca cosa, no es más que la ejecución del Pacto del Tinell
Clases de fango (12/7/2023)
Feijóo, el verificador (10/7/2023)
El proyecto programático de la derogación del sanchismo parte del principio de que es Sánchez el tumor institucional e ideológico que a través de una derrota en las urnas hay que extirpar del cuerpo de una izquierda que de inmediato –muerto el Perro se acabó ... el Sanxe– se regeneraría y volvería a recuperar el tono socialdemócrata, como si el conjunto de nuestra España diversa fuera la Castilla-La Mancha de Page y todo el monte, orégano. La derogación del sanchismo no es más que el anzuelo que el equipo de campaña de Génova lanza a un votante conservador cuya experiencia le lleva a desconfiar del PP como antídoto de lo que entendemos por progreso, término popularizado por José Luis Rodríguez Zapatero para encubrir lo que a partir de diciembre de 2003 –estamos de veinte aniversario– se derivó del Pacto del Tinell. Hay efemérides que conviene celebrar.
Dividir a los electores en bloques de derecha e izquierda y presentar en las encuestas una victoria conservadora es un brindis al sol del bipartidismo, sistema eclipsado desde que tras la crisis financiera de 2008 se vinieron arriba unas fuerzas populistas que borraron la raya que separaba diestra y siniestra para trazar la línea roja que desde entonces sirve para distinguir entre partidos sistémicos y antisistema. La cuenta de la vieja no tiene en consideración los avances en materia de derechos y libertades que en España ha alcanzado la aritmética, ciencia inexacta, como la verdad, para una izquierda cuya elasticidad es proporcional a su instinto de supervivencia. Esa mayoría de 180 escaños que encuestas como la de ABC adjudicaban a la derecha es tan estrecha que cualquier variación en un reducido número de circunscripciones –¿qué se le había perdido ayer a Sánchez en Huesca?– podría dar a la izquierda los diputados suficientes para montar con toda la jarcia parlamentaria una minoría de bloqueo, una mayoría de progreso, un bloque de investidura, un pequeñito Frankenstein o un cordón sanitario como el que tejió Rodríguez Zapatero en el cuarto de la plancha del Tinell. Veinte años cumple una forma de gobernar que Pedro Sánchez se ha limitado a aplicar según las instrucciones de uso y abuso que aparecen en su prospecto.
Derogar el sanchismo es un mero ejercicio formal que se queda en la producción legislativa –por decreto– de un Gobierno de circunstancia y cuya derrota se va a decidir este domingo a los puntos. El tumor no es Sánchez, simple órgano afectado por el proceso degenerativo provocado por los cultivos de Rodríguez Zapatero, sino un PSOE que selló en el Tinell su acta de defunción como partido sistémico. La esperanza en que un fracaso electoral dé paso a una purga moral y una terapia de choque en Ferraz pasa por alto los peajes, aún vigentes, de aquella ley de dependencia que el Partido Socialista de Zapatero firmó en 2003 y con subtítulos en catalán para dejarse cuidar y acompañar por lo peor de cada casa en sus momentos de flaqueza parlamentaria. Se queja Feijóo de que solo le dejan gobernar con mayoría absoluta, pero peor está y va a estar un PSOE que de Cataluña a Navarra, pasando por Baleares, la Comunidad Valenciana o el País Vasco, no tiene ya opción de revertir tanto daño autoinfligido.
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