EN OBSERVACIÓN

En tu casta o en la mía

La crisis del alquiler es una oportunidad para el emprendimiento de progreso

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Setenta días nos quedan

Tres años después de que, como Isabel de Castilla a las puertas de Granada, Ada Colau se quitara la camiseta sudada de la PAH para vestirse de largo en la planta noble del Ayuntamiento de Barcelona, Pablo Iglesias e Irene Montero –violadores por presupuestos– dejaron ... atrás las estrecheces vallecanas, dieron carpetazo al catálogo de Ikea en el que pegaron los recortables de los candidatos de Podemos y se mudaron a Galapagar en un movimiento que terminó de explicar el valor supremo de la meritocracia a los abonados del 15M. Lo de «No vas a tener casa en tu puta vida», que no iba con ellos, es bastante anterior. Ahora recuperado por el dizque 'inquilinato' –ya infraestructurado, según el patrón de los manteros y los estudiantes, colectivos pioneros del neosindicalismo de plataforma–, aquel eslogan fue acuñado justo en vísperas de que la burbuja inmobiliaria reventara en una crisis financiera que, además de estragos sociales, hizo bueno el lema de «No vas a pagar la hipoteca en tu puta vida». Precursores del plañido grupal y el victimismo de clase media, no calcularon bien el tempo, y menos aún el objeto de la putada.

Casi dos décadas después de aquel vagido fundacional, cacareo y reclamo para todo zorro con vocación de guardián del gallinero, lo de «no vas a tener casa en tu puta vida» regresa este otoño a las calles, mayormente céntricas y con buenos parámetros dotacionales, como expresión de impotencia de una izquierda lumpo –sucedáneo de aquel caviar que sirvió de apellido a nuestra primera aristocracia de progreso y compromiso– que desde hace años se ve desplazada por la distorsión del mercado inmobiliario en las áreas urbanas que eligió como ecosistema y que ahora se esfuerza en contagiar su angustia, azuzando al colectivo de los alquilados. Unos mueven el árbol y otros recogen las nueces que caen dentro del chalé. El árbol y las nueces, o la cigarra y las hormigas.

Si seguimos rebobinando esta misma cinta, en 1988 nos encontramos con el debut de Tarzán y Su Puta Madre Okupando Piso en Alkobendas, editado en casete por Sabotaje, rebuzno anticapitalista en el que se pueden rastrear los primeros compases del 'hardcore' español y que para el asunto que nos ocupa sitúa en Alcobendas –por entonces accesible en lo inmobiliario– la sede de una deslocalización con la que el cuarteto madrileño trazaba su propia línea roja y marcaba distancias éticas y espaciales con el pijerío de aquella izquierda caviar cuyas larvas empezaban a anidar y desovar en el centro capitalino.

De aquellos huevos, estos pollos. Sabemos quiénes son, dónde viven, qué locales frecuentan, desde qué púlpitos mediáticos predican su zozobra habitacional, qué ropa llevan, qué libros de autoindulgencia y ayuda leen y, sobre todo, cuánto odio politizado profesan a la ciudad a la que paradójicamente se aferran, siempre por la parte del centro, que les coge todo a mano. Por las redes sociales conocemos sus exquisitos gustos gastronómicos y espirituosos, su amor por los locales que abren o cierran y la altura moral con la que miran por encima del hombro. La izquierda lumpo protagoniza el nuevo catálogo de Ikea para que los afiliados al sindicato de inquilinas (sic) redecoren su vida, su puta vida.

—Bienvenido –dijo Irene a Pablo– a la república independiente de tu casta.

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