en observación
Otra calle, y otra gente
Vuelve uno de Cibeles, con la bandera plegada bajo el brazo, más convencido de sí mismo.
Aquello de que «els carrers seran sempre nostres» fue la traducción al catalán y la adaptación al entorno de una república que el mosso de la porra dijo luego que no existía -«imbécil», añadió; «apreteu», había oído el agente- de la misma democracia real que ... algo antes había puesto en práctica Podemos, tratando de asaltar el cielo, los despachos, las boutiques y los chalés. La gente como excusa, el pueblo como parapeto, la indignación como resorte, la revuelta como salida y la calle como asamblea, nacional o colegial. Ni siquiera en Washington o Brasilia, a las bravas y con armas, vestidos de bisonte o en camiseta del Palmeiras, uniformes de campaña, se han logrado materializar unos arranques de bravura que algunos confunden con la expresión de la soberanía popular.
Siempre va a haber motivo, a derecha e izquierda -el centro es el inmovilismo y el ceda el paso que se deriva de la prudencia y la reserva- para montar una buena pajarraca callejera, cada cual con su propio atrezo y su banda de tambores y cornetas, para el tema de los himnos: a la derecha, «banderita tú eres roja,/ banderita tú eres gualda/ Llevas sangre, llevas oro/ en el fondo de tu alma»; a la izquierda, «a ella le gusta la gasolina, dale más gasolina». Música urbana, que dicen.
Siempre va a haber motivo para darse una vuelta y fantasear con la propiedad de unas calles que en España vienen a ser el Donbas ucraniano en el que se libra la guerra, u operación especial, del frentismo. Como la hegemonía -adelantó Errejón- se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales, la derecha de escopeta y perro se contagió hace mucho de esta pulsión callejera, históricamente manifestada por la izquierda de flauta y perro, y queda en Colón, donde la foto de las tres derechas, o en Cibeles, donde la foto de Ouka Lele.
Desde 'Rodea el Congreso' a 'Tornem-hi per vèncer', estás concentraciones no pasan de ser una exhibición de músculo, incuantificable, y un mecanismo con el que reforzar el sentimiento de pertenencia grupal y de agitación política de un individuo al que de vez en cuando necesita confundir su voto particular, secuenciado por lo cuatrienal, con el grito coral, más espontáneo. Viene uno de Cibeles como se fue, pero más confiado en las posibilidades que proporciona todo baño de masas. Tanta telefonía 5G, tanto teletrabajo y tanta conexión digital para luego tener que ponerse el abrigo y echarse a la calle. Hay motivo, y ahí está Pedro Sánchez, de mitin en Valladolid -con Óscar Puente de telonero; ni Miguel Ríos cuando contrató a Leño-, pero también logística y aparato de otro tiempo.
Cuando la militancia del PP tomó la calle de Génova y echó a Pablo Casado -paradójicamente para sustituirlo por un líder cuya extrema moderación, valga la paradoja, y van dos, no termina de casar con esas formas de democracia real- demostró que la finalidad de este tipo de concentraciones no es otra que la exaltación del empoderamiento y el engrase de sus articulaciones, oxidadas de tanto sofá y tanta plataforma. Desde entonces, asalvajarse puede servir para pedir un domador. Hay que salir más. Hace sol.
Siempre va a haber motivo para salir a la calle, darse una vuelta y hacerse una foto, en Colón o en Cibeles, pero la razón última no es Sánchez, y mira que el hombre le pone empeño y voluntad a su destrozo. La razón es el temor a la soledad de un tiempo, cuando todo se puede medir, de inseguridades colectivas. Vuelve uno de Cibeles, con la bandera plegada bajo el brazo, más convencido de sí mismo.
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