en observación
¿Y si cae aquí?
La inmadurez social está en la raíz del alarmismo administrativo
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A la cursilería navideña, valga la redundancia, que barniza de jarabe el anuncio del sorteo extraordinario del 22 de diciembre precede con cinco meses de adelanto y desde hace ya más de una década la expresión matemática, ciencias exactas, del soporte probabilístico que sostiene el ... entero chiringuito de la lotería. '¿Y si cae aquí?', eslogan y anzuelo de codicias itinerantes, es el mejor resumen del posibilismo que anima la preventa veraniega de décimos. El mismo lema que con ligeras variaciones utiliza cada mes de julio Loterías y Apuestas del Estado se puede aplicar a los sorteos, ya ordinarios, que organiza la Aemet cada vez que el cielo se nubla y el viento anuncia tormenta. Trabajar con modelos tiene un margen de error muy elevado. Lo saben los meteorólogos, lo practican las autoridades que oficializan sus alertas y transforman la alarma en alarmismo y lo domina Pedro Sánchez, que durante sus estados de excepción encubiertos modelizó la mentira hasta tener los santos cojones de cifrar en 450.000 vidas su labor redentora. Las tormentas, como los virus, no cambian de opinión, pero evolucionan sobre el cuadrante de la inexactitud, lo que amplía el campo interpretativo en el que florece el ilusionismo político. La revisión cíclica de las previsiones de crecimiento económico, también modelizado, es un género en sí mismo. Todo es posible, pero siempre se puede afinar. Los partidos antisistema medran en España sobre el modelo predictivo del hambre y las ganas de comer del líder del PSOE, modelo de alta costura cuyos errores de cálculo, vestidos de fiesta, son plenos al quince para sus socios. «¿Y si cae aquí?», se pregunta Puigdemont en Waterloo, su Marina d'Or.
Si ya es difícil determinar cuándo, dónde y cuánto va a llover un domingo cualquiera de septiembre, ponerle fecha al apocalipsis climático de Greta y Al Gore es una superchería sin otro cimiento que el de la videncia de echadora de cartas. «Cae en sábado o cae en domingo,/ ya veremos./ Es el fin del mundo./ Os vamos a avisar con tres segundos de antelación», cantaban hace veinte años Chico y Chica, que no pasaron de predecir que el fin del mundo caería en fin de semana. Luego no cae una gota y la gente se frustra, sobre todo en Madrid, comunidad de ciudadanos libres e iguales cuyo ombliguismo le lleva a querer ser, si no el muerto en el entierro, el ahogado en la riada.
El buzoneo alarmista del pasado domingo, alarde tecnológico para la sociedad del desconocimiento, no solo fue una anecdótica muestra de nuestros avances en I+D+i, sino la mejor expresión del paternalismo de unas autoridades erigidas en figuras protectoras de la inmadurez general. Es ya demasiado tarde para que la gente, o mayoría social, se ponga a apechugar con las consecuencias de vivir sin pedir a cada momento la hoja de reclamaciones, sin llamar a la UME y la Benemérita –traed pañales y potitos, se llegó a escuchar una noche– cada vez que se queda atrapada en un atasco, pierde un tren o se queda en tierra y sin vacaciones como consecuencia de un temporal. No es que la Administración nos tutele o que María Cristina nos quiera gobernar; es que tanto infantilismo y tanta vulnerabilidad ensayada no tiene otra consecuencia que la irrupción, ahora a través del móvil, de figuras patriarcales y fuertes. Niños, no salgáis a la calle.
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