La envidia que produce el espectáculo de las audiencias de confirmación de cargos de Trump en el Senado de allá nos recuerda que siempre valdrá más una democracia podrida, como la americana, que todas las tiranías sanotas que nos gastamos acá.
Somos, se nos ... dice aquí, la locomotora económica de Occidente, y nos dirige una generación de analfabetos funcionales mediante 'decretos-ómnibus', al decir de los legisperitos del Estado, que en realidad son los 'decretos-tranvía' (homenaje al 'Se vende un tranvía' de Berlanga) del país hampón de Salas Barbadillo. Por 'decreto-ómnibus' hemos de entender lo mismo que por infierno entendía el catecismo, es decir, «un conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno» que los mandaderos de los partidos votan con arreglo al consenso. Como la Constitución del 78, en sí misma un 'decreto-ómnibus', batido como un lumumba, que elimina el juramento real de la de Cádiz («que no enajenaré, cederé ni desmembraré parte alguna del Reino»), en cuya tacita de plata los liberalios gaditanos acaban de abuchear a una chirigota 'negacionista' de la pandemia con el cuento de que carraspeaban al cantar.
«Una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos ministerios de alucinación», resumió Ortega la Restauración. El 78 nos trajo, no la representación política (democracia), sino la integración de las masas en el Estado (partidocracia), un motor alemán de dos tiempos (invento de Leibholz) que son dos consensos: el normativo, dominado por el cinismo, y el expeditivo, dominado por la hipocresía.
Por el consenso normativo, los partidos transfieren al partido en el gobierno «el derecho de no oponerse» a su acción legislativa. Y por el consenso expeditivo, la oposición comunica al gobierno su intención de no trabar los decretos que no merezcan su conformidad pública. Aquí, partidos y sindicatos son constitucionalmente órganos del Estado. Un Régimen de fantoches que controla el negocio y el ocio, y ahí está el catastrófico chiringuito del fútbol patrio, a las órdenes, como todo lo demás «en este país», del «ejército desarmado de Cataluña».
La cultura del país no se queda atrás: el Rey del Pollo Frito sale en TV achicando las neuronas de Elon Musk y en la sala de las Musas del Prado el DJ Nacho Patillas pincha música para gaznápiros con cubata en la mano.
«Amo la violencia española, vuestro amor a la violencia, vuestro amor a la destrucción», decía Cocteau a Ruano. Es más hermoso quemar un cuadro que venderlo. El público francés es casi insoportable, porque ante un cuadro se cree que entiende más que el pintor... ¿Sabe usted lo único que el público francés respeta? Al que toca la flauta, porque él no sabe tocar la flauta.
Somos el país de Ana Guerra, que un día fue al Prado: le sudaban las manos, sentía que todos la miraban y se preguntaban qué hace Ana Guerra sola en el Prado.
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