visto y no visto
Amor y democracia
«Mi amor por ti… no es el amor al proletariado; es el amor a la amada y, por modelo, mi amor hacia ti, lo que hace renacer al hombre en el hombre»
El país
El problema
En el principio San Valentín sólo era el papel de regalo con que Pepín Fernández nos envolvía el 'gadejo' (ganas de) cubano. «Cinco sentidos tenemos, / los cinco necesitamos / pero los cinco perdemos / cuando nos enamoramos», cantaba por entonces María Ostiz.
Con el 78 (después ... de todo, una copia burda del Directorio francés), el amor es la democracia. «La democracia es el amor», sentencia Barras, el rey del Directorio, un régimen de juglares y bufones, que ama «las rosas y los vinos, el ruido, la música, los perfumes, los días encantadores y las noches radiantes…, el trono por sus terciopelos». Su divisa es el 'Carpe diem' de Horacio: trotadores polvorillas, leemos en la Historia, lo transportan a Suresnes, oh, justicia poética, con su 'golfería' en carrozas gris amarillo, con su séquito y sus tiros plateados.
«La democracia es el amor». Parece una frase de camiseta salida del magín de nuestros polvorillas de Estado: Broncano, recitando el discurso de Sócrates en el 'Fedro'; Gonzalo Miró (a este chico le han dicho que es un 'calbo' como John Malkovich y él se lo ha creído), leyendo el de Diótima en el 'Symposio'; o Marc Giró, promocionando contra el fascismo túnicas a lo Ceres, a lo Minerva, a lo Galatea, a lo Onfala, a lo Aurora en su despertar…, reservándose para los amantes de La Moncloa el libro IV de la 'Eneida' de Virgilio (¡el 'carpitus igni' de la reina Dido); la 'Vita Nuova' de Dante, que conoce a Beatriz en la hora nona; los 'Sonetos' de Petrarca («Gli occhi di ch'io parlai caldamente»); el 'Romeo y Julieta' de Shakespeare en el balcón… Y en segundo plano, el polvorilla ése que parece el chico vago de Moncho Alpuente leyendo pasmado la carta de Marx a su esposa Jenny von Westphalen a los trece años de casados: «Mi amor por ti… no es el amor al Hombre de Feuerbach, el metabolismo de la materia de Moleschott, ni al amor al proletariado; es el amor a la amada y, por modelo, mi amor hacia ti, lo que hace renacer al hombre en el hombre». En resumidas cuentas, el heteropatriarcado marxista. De Céline nos cae, en lo colectivo, el primer jarro de agua fría:
—Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón.
Para lo individual, el jarro de agua fría nos viene de Ruano: «Un miedo antiguo y misterioso a cambiar hace que mucha gente camine toda su vida con un cadáver en los brazos, mintiéndose que está dormido. El hombre no se plantea casi nunca que acaricia con rara voluptuosidad la idea de la sepultura o, simplemente, la conciencia intrauterina, el no haber nacido, cuando piensa con demasiada obstinación en la vida tranquila: sin sobresaltos, sin pasiones, sin preocupaciones…»
Hablaba de la muerte como un sueño al sol de marzo, que está ya a la vuelta de la esquina.
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