la tercera
El hombre-pez de Liérganes
«Si no aguantas la vida, si cada minuto que pasa te conduce a una pantalla de videojuego cada vez más aterradora, móntate un suculento desayuno y sumérgete en la prosa de Benito Feijoo»
Ecologismo para adultos (19/4/23)
Caricias y mandobles (18/4/23)

Me he topado al azar en una de las estanterías de mi biblioteca con un ejemplar de la rarísima primera edición (1924) de la 'Mitología vasca' del padre José Miguel de Barandiarán y Ayerbe (1889-1991), un personaje que siempre me ha inspirado simpatía y ... admiración, pese a lo mucho que me separa de su nacionalismo militante. Junto a las obras del cura euskaldún se alinean en la misma balda algunos de los muchos libros que tengo de fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (1676-1764), nuestro Voltaire de clerecía. Y entre una sotana y otra, el artículo se ha escrito solo, gracias a mi voluntad de seguir siendo, contra viento y marea, un alumno aventajado de Funes el memorioso.
Pese a que, cada hora que transcurre, estoy más convencido de que todo en el mundo es mero artificio, debo reconocer que hay algo de verdad en este cuento. De una verdad que se remonta al Pleistoceno, pues hace treinta y dos años menos unos meses, el día anterior al de la lotería de Navidad, muy de mañana, mientras me encontraba viendo dibujos animados por la televisión, sonó el teléfono y escuché la voz de un amigo transmitiéndome la noticia de que el inefable Barandiarán acababa de morir. Siempre creí que tipos como Barandiarán eran inmortales en el sentido estricto de la palabra, o sea, que no iban a morirse nunca, de modo que la noticia de su muerte me dejó estupefacto. ¿Qué hice después? Terminé de ver el episodio de 'Merrie Melodies' en la tele y desayuné a la inglesa, como de costumbre. Luego hojeé un periódico que todavía no comunicaba el fallecimiento de don José Miguel. Mi próximo recuerdo es un sillón y un libro, y yo en medio. Era el autor del libro otro de mis inmortales favoritos, el mencionado padre Feijoo (pues ya entonces se hallaban en el mismo estante las obras de Barandiarán y las del polígrafo dieciochesco). Leer a Feijoo es siempre una estupenda manera de ocupar el tiempo que separa el desayuno del aperitivo. Reproduzco ahora aquella remota lectura que surgió en circunstancias ahora evocadas al tropezar de nuevo por azar con ambos autores en mi pobladísima biblioteca.
Fray Benito creyó que se podía erradicar la superstición desde una celda conventual. Era benedictino, como su coetáneo Dom Augustin Calmet, de quien tengo a la vista su 'Tratado sobre los vampiros' (Reino de Cordelia). Con el pretexto de sanar los errores del vulgo, Feijoo nos ofrece en su 'Teatro crítico universal' y en sus 'Cartas eruditas y curiosas' una nutrida serie de textos fantásticos. (Cervantes, por su parte, se inventó a Don Quijote para poner en solfa los libros de caballerías, y lo que consiguió fue escribir la novela más hermosa del género). Hay, por ejemplo, en el 'Teatro crítico' un «Examen filosófico de un peregrino suceso de estos tiempos: el anfibio de Liérganes», que, además de un modelo de prosa en español, es un auténtico disparate goyesco.
En Liérganes, un precioso lugar de Cantabria donde veraneaba el ínclito poeta José del Río Sainz, vivían hace unos trescientos cincuenta años Francisco de la Vega y María del Casar, su mujer. Resulta que, como suele ser costumbre de los seres humanos, al cabeza de familia se le ocurrió morirse, y entonces su viuda envió al segundo de sus hijos –llamado Francisco, como su padre– a Bilbao, a aprender el oficio de carpintero. En ese aprendizaje anduvo por dos años Francisco, hasta que en 1674, habiendo ido a bañarse la víspera de San Juan (fecha emblemática donde las haya) con otros mozos a la ría, vieron estos que el de Liérganes se iba nadando ría abajo; lo esperaron en vano: no regresó. Creyendo que se había ahogado, se lo participaron a su madre, quien lloró por su hijo, dándolo por perdido.
Pues bien, pasaron cinco años (como en la pieza surrealista de García Lorca), y en 1679 el tal Francisco, totalmente cubierto de escamas, se puso a tiro de unos pescadores del mar de Cádiz, quienes, apercibiéndose de que aquello que había caído en sus redes tenía figura de criatura racional, lo subieron a bordo y lo condujeron a puerto. Era una especie de monstruo rarísimo, de esos que pinta John Buscema enfrentándose a 'Conan el Bárbaro', y, por mucho que lo intentaban, no conseguían arrancarle palabra. Por fin, y cuando nadie lo esperaba, dijo tan sólo, con acento norteño muy marcado: «Liérganes». Y como había un inquisidor gaditano, llamado Fray Domingo de la Cantolla, que procedía de aquel lugar, se descubrió paulatinamente el enredo. Francisco regresó a Cantabria con su madre, a la que no pareció alegrar en exceso la escamosa reaparición de su retoño. La criatura pareció habituarse a la vida pueblerina y fue perdiendo poco a poco su aspecto pisciforme, pero, al cabo de nueve años, desapareció para siempre. Un vecino de Liérganes afirmó haberlo visto tiempo después en un puerto de Asturias, aunque esta noticia –dice Feijoo, siempre puntilloso– no ofrece demasiado crédito.
El ensayo completo incluye no sé cuántas disquisiciones de Feijoo acerca de la naturaleza del anfibio, pues al benedictino le preocupaba mucho si el bueno de Francisco debía ser considerado un hombre hecho y derecho o una fiera más o menos sofisticada. Si quieren pasar un buen rato, léanlo, por ejemplo, en las 'Obras escogidas' de Feijoo publicadas en la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra. Es una auténtica maravilla.
Y si quieren seguirle la pista al fantastique (que dicen los franceses) en la copiosa obra de Feijoo, deben leer, a guisa de ejemplo y entre otros muchos, los siguientes trabajos de nuestro autor: 'Astrología judiciaria y almanaques', 'Duendes y espíritus familiares', 'Vara divinatoria y zahoríes', 'Milagros supuestos', 'Piedra filosofal' y 'Cuevas de Salamanca y Toledo, y mágica de España' (en el 'Teatro crítico universal'), y 'Entierros prematuros', 'De la transportación mágica del obispo de Jaén' y 'El judío errante' (dentro de las 'Cartas eruditas y curiosas').
Toda historia tiene su moraleja. Y esta del hombre-pez de Liérganes, que tanto consiguió divertirme una fría mañana del 21 de diciembre de 1991, recién muerto Barandiarán, no podía ser una excepción. Si no aguantas la vida, si cada minuto que pasa te conduce a una pantalla de videojuego cada vez más aterradora, móntate un suculento desayuno y sumérgete en la prosa de Benito Feijoo. Presuntamente desterradora de la superstición reinante en la España del XVIII, alberga textos que son joyas de la literatura fantástica, a lo que acaso contribuya su hipercrítico, aunque profundamente ingenuo, racionalismo. Atentar contra algo es, casi siempre, una sutil manera de prolongarlo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete