diario de un optimista
El dilema liberal
Nos enfrentamos a un dilema moral, político e ideológico. ¿Debemos ponernos del lado de Trump y Milei porque, en el fondo, sus ideas son correctas?
El 'Sputnik' chino
Trump se autodestruye

Los gobiernos actuales son cada vez más caros e ineficaces. Esta tendencia es inevitable, ya que cualquier burocracia se convierte invariablemente en más burocracia, sin que ningún contrapoder frene su naturaleza. Al escribir esto no tengo la sensación de sucumbir a la ideología ultraliberal, ... sino que simplemente expongo hechos mensurables: todos los contribuyentes pueden comprobarlo cuando pagan los impuestos obligatorios. Mientras que las empresas están controladas por sus accionistas, y la búsqueda de beneficios las obliga a mejorar constantemente su eficacia utilizando todas las tecnologías disponibles, el Estado y las administraciones públicas no están sujetos a ninguna de estas limitaciones. Por tanto, el Estado no tiene ninguna necesidad inmediata de equilibrar sus cuentas ni de aprovechar las ventajas de la informatización o, ahora, de la inteligencia artificial.
Por desgracia, los políticos que denuncian esta deriva burocrática no son las figuras políticas más simpáticas del momento: Donald Trump, Elon Musk y Javier Milei. Estos tres se han propuesto reducir la escala de la intervención pública haciendo uso de todas las tecnologías disponibles y cortando las ramas muertas que se han ido acumulando con el tiempo. No se puede estar en desacuerdo con ellos en cuanto al fondo. Pero estos tres no solo resultan antipáticos, sino que son también agresivos, odiosos, despectivos, extremistas hasta rayar en la locura, estrafalarios y, sin duda, un poco desequilibrados.
El más aventurero de todos ellos es, cómo no, Elon Musk, a quien nadie ha elegido y que no tiene legitimidad alguna, pero que actualmente es el verdadero presidente de Estados Unidos; Trump habla mucho, pero es Musk quien pasa a la acción cerrando administraciones enteras. Su ambición, a la altura de sus otros delirios cósmicos, es sustituir todo el Estado por una máquina dirigida por la inteligencia artificial. De paso, pretende despedir a varios millones de funcionarios y destruir la reputación de Estados Unidos entre sus ciudadanos y fuera de sus fronteras. Esta guerra civil contra el Estado es la menor de sus preocupaciones, ya que no tiene votantes.
Milei y Trump son igual de brutales, solo que un poco menos excesivos porque tienen que rendir cuentas. Pero solo tienen que rendirlas a sus electores, apenas la mitad de la nación que los ha elegido, mientras que, en una democracia, una vez elegidos, estos presidentes son, en principio, los presidentes de toda la nación. A Milei y a Trump esto les trae sin cuidado: solo actúan para su club de fans. Esta estrategia es aún más peligrosa para las políticas que defienden, ya que, por su propio exceso, destruyen la credibilidad de sus ideas sobre el Estado. Por supuesto, hay que reformar y modernizar –de una vez por todas– el Estado, hacerlo más eficaz y obtener de él los mismos o mejores servicios a un coste infinitamente inferior, con menos fraude y menos corrupción. Esta propuesta pertenece a la panoplia de la filosofía liberal. Pero aún hay que explicar a la opinión pública por qué se hace: no por maldad o cinismo, sino, en última instancia, por el bien público.
Sin embargo, ni Milei ni Trump sienten la necesidad de dar explicaciones, de hacer que la gente entienda adónde van y por qué. ¿Y en que saldrán beneficiados los ciudadanos? El riesgo evidente de su agresividad es que pronto dará lugar a una oposición feroz, rayana en la guerra civil. Para muchos ciudadanos, y no solo en Estados Unidos y en Argentina, cualquier cosa que se parezca al liberalismo se habrá convertido en algo odioso e inhumano, con Trump y Milei como espantapájaros. Así que nos enfrentamos a un dilema moral, político e ideológico. ¿Debemos ponernos del lado de Trump y Milei porque, en el fondo, sus ideas son correctas? ¿o debemos luchar contra ellos porque quieren imponer esas ideas por la fuerza, utilizando incluso la violencia contra cualquiera que no se ponga de su parte?
Los liberales estamos verdaderamente atrapados entre estas dos exigencias contradictorias. Recordamos con inquietud algunos precedentes famosos, particularmente en Argentina y en Chile, donde dictadores militares y sanguinarios pretendieron aplicar políticas económicas liberales que eran técnicamente justas, pero humanamente insoportables. Al liberalismo en Latinoamérica le ha costado recuperarse de esta asociación.
Es de temer que los episodios de Trump y Milei, entre dictadura política y libertad económica, reproduzcan la misma situación, con el peligro latente del retorno de un socialismo tan agresivo como el liberalismo de estos dos personajes. Siempre con la mirada puesta en el pasado reciente, recordemos que no es inevitable que el liberalismo venga impuesto por hombres o mujeres de Estado irracionales. Este fue el caso de Ronald Reagan, un hombre humano y popular que, sin embargo, aplicó los preceptos de su asesor económico, Milton Friedman. Y se diga lo que se diga, también fue el caso de Margaret Thatcher, porque fue capaz de gobernar durante diez años, aunque bien es cierto que sin despertar el entusiasmo de sus enemigos, pero que, a base de pedagogía, consiguió cambiar a mejor la economía y el Estado británicos.
Entonces, ¿de qué lado debemos ponemos?, ¿con Trump y Milei por un Estado eficiente o contra Trump y Milei, contra su inhumanidad? O bien ninguna de las dos cosas, y explicar con los escasos megáfonos de que disponemos que un Estado mejor contribuiría a una mayor felicidad colectiva, con la condición indispensable e ineludible de que los ciudadanos comprendan adónde se les lleva y que no están siendo conducidos al matadero para complacer a los oligarcas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete