renglones torcidos
Facha y mesetario
Más de cuarenta años de moderación mal entendida y concesiones nos han traído hasta aquí
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La mayoría de ustedes no sólo conoce el significado de la palabra 'queer': la encuentran hasta en la sopa. Todo debe ser 'queer' o con perspectiva de género. Para muestra, la conquista de un mundial deportivo. Pocos sabrán, sin embargo, del significado despectivo del ... palabro en sus orígenes: 'queer' era lo raro, lo inútil, lo contrahecho y bajo este vocablo se englobaba a todo aquel que no fuera heterosexual. Uno de los grandes logros comunicativos del colectivo LGTB fue darle la vuelta al sentido de 'lo queer', dotándolo de orgullo y carácter propio, como algo en esencia bueno, casi imperativo moral. Cola-Cao intentó una estrategia parecida de resignificación al tratar de vender los grumitos del producto como algo positivo, y así evitar que Nesquick siguiera comiéndole la tostada.
Urge acometer una operación similar de cambio de significado en palabras como 'facha' o 'mesetario'. La de asumir con orgullo que somos 'fachas' está, gracias a Dios, bastante avanzada. Tras décadas de aguantar que se nos encasquete el término cada vez que nos salimos un poco del credo secular hemos conseguido superar la etapa «¿Facha yo? ¿qué tendrá que ver el tocino con la velocidad?». Nos hallamos inmersos en la de «sí, soy un facha y a mucha honra, si eso implica no aguantar más el derroche, la corrupción, la degradación de las instituciones y que, además, se me censure con aires de superioridad moral». Lo 'facha' y lo 'queer' siguen caminos semiológicos paralelos y debería sumarse ahora a ellos el concepto 'mesetario', que es como llaman más que despectivamente los independentistas al resto de españoles. A lo mejor usted es de Jaca o de Cartagena: no importa, es mesetario igualmente, porque es un concepto geopolítico que tiene más de político que de geo. ¿El objetivo de resignificar lo mesetario? Quitarnos de un plumazo el complejo de pagafantas nacional. La mayoría de la progredumbre tiene tal síndrome de Estocolmo que es capaz de encajar en su cerebro, simultáneamente, la idea de que Bildu es un partido constitucional pacífico con la de que Feijóo y todo lo que queda a su derecha son la antidemocracia encarnada. Son irrecuperables, nada ni nadie conseguirá que comprendan que son insultados constantemente por los supremacistas patrios. Ahora bien, ¿qué hacemos con los que sí deberían estar más que hastiados de este circo nacional pero, al tiempo, creen que el diálogo es la única herramienta legítima y moral ante lo que suponen actos y objetivos dirigidos a la desaparición de la nación? Más de cuarenta años de moderación mal entendida y concesiones nos han traído hasta aquí. Desafortunadamente –y ojalá me equivoque– es tarde para cambios contundentes: la sociedad se divide entre quienes están sobreinfectados de ideología y los que deambulan anestesiados frente a los primeros. Algunos narcotizados despiertan ahora escandalizados, apretando los puñitos ante el 'Puigdemont's Gate'. No se preocupen, se les pasará. No sólo no se denominarán jamás con sorna a sí mismos mesetarios: seguirán con el mismo pánico de siempre a que se los considere fachas.
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