La tercera
Cien años de los aerolitos de Ory
Se conmemora el centenario del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory, uno de los fundadores del postismo, el primer movimiento poético de vanguardia de la posguerra española
El lamento de la paz (28/4/2023)
Eduardo García de Enterría, un siglo (27/4/2023)
![Cien años de los aerolitos de Ory](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2023/04/28/230429TerceraDiaz-RHTmzYqVT6keTdjROs0fLXO-350x624@abc.jpg)
«Oigo sirenas en la noche, luego existo», escribió el poeta el 29 de octubre de 1954. Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923- Thézy-Glimont, Francia, 2010) hizo esta anotación en su diario, una de las joyas memorialísticas de la literatura española. Pensando en quien ... lo escribe habría que deducir que no se trata de alarmas nocturnas sino de verdaderas sirenas, de mujeres híbridas nadando en los océanos de la noche. Este abril conmemoramos el centenario de Carlos Edmundo de Ory sintiéndolo rabiosamente vivo, rodeado de caracolas y azotado por las olas atlánticas de su ciudad natal, asombrando con sus poemas de caballero de la posvanguardia, de bendito raro, de rey de los extravagantes, cazador de aerolitos y señor de Malquiospese, como firmaba alguna de sus cartas.
Carlos Edmundo de Ory, uno de los fundadores del postismo, el primer movimiento poético de vanguardia de la posguerra española, nació en Cádiz el 27 de abril de 1923. Ese día batían las olas casi salpicando los balcones de su casa al borde del Atlántico, en la Alameda Apodaca. La niebla marina se colaba en las habitaciones nublando las lunas de los espejos. Tuvo un extraño nacimiento porque su madre lo alumbró casi sin darse cuenta, pues el niño se resbaló como una pastilla de jabón hasta darse un golpe en el suelo. Ory llevó toda su vida el recuerdo de un abultamiento en el cráneo, que definía como clara distinción de quien estaba destinado a ser un poeta.
El escritor gaditano fue una pieza fundamental de nuestra historia literaria, aunque durante demasiado tiempo permaneció en el olvido al elegir un casi exilio en Francia. Probablemente ese merecido rescate y reconocimiento no llegaría hasta que Félix Grande publica la antología de su obra poética en 1970. A partir de ahí, despega una leyenda fabulosa.
Esta confirmación de poeta sobre el que giran las constelaciones se descubre al repasar su archivo personal, que se guarda de forma impecable en la sede de la Fundación Carlos Edmundo de Ory en Cádiz al cuidado de su compañera, la artista Laure Lachéroy. Allí está la obra del poeta pero también la milagrosa intrahistoria literaria que se desarrolló en España a pesar de la dictadura. En la década de los cuarenta, Ory se convierte en animador de iniciativas literarias como el postismo –el ismo después de todos los ismos–, junto a Eduardo Chicharro y Silvano Serseni. Es un personaje que funciona como imán, como playa donde rompen los oleajes líricos de su época. No hay más que asomarse a la correspondencia que mantiene con los más importantes autores españoles, europeos y americanos de su tiempo. Esas redes de amistad se muestran en un brillante epistolario que permite recrear las conversaciones de un tiempo tan sombrío como fascinante. Las cartas de Ory son como la clave de bóveda o el mapa de la cultura soterrada y casi clandestina de la dictadura.
Este epistolario tiene una particularidad que lo convierte en un museo de nuestra historia literaria. Todas y cada una de las cartas están localizadas y cuentan con una copia también de las enviadas, igual que ocurre con los libros de su biblioteca y los álbumes personales con fotografías perfectamente identificadas. De alguna forma, este poeta extravagante, maldito y locamente vanguardista era consciente de su propia posteridad, de que tenía que dejar las cosas apuntaladas para que no se olvidara la arquitectura de su obra y sus alrededores. Como señaló Juan Manuel Gil en su biografía sobre el poeta 'Prender con keroseno el pasado': «Como un escritor antiguo, pensaba antes en el destino de su obra y en el juicio de la posteridad. Eso explica su voluntad de no tirar un solo papel que le sirviera para explicarse a sí mismo tras su muerte».
Una característica de inmortalidad, de conciencia artística que también ha subrayado Juan Manuel Bonet en la excepcional exposición que se puede ver estos días en Cádiz y que iniciará una itinerancia por España y por Francia: «Ory era un escritor metódico, adicto al autoanálisis, obsesionado por el silencio, más amigo de la soledad que de lo grupal, y con un bagaje cultural envidiable».
La exposición 'La cabaña central', comisariada por Juan Manuel Bonet, ayuda también a fijar definitivamente la obra de Ory. Deslumbra por la exhibición de cartas, objetos, poemas mecanoscritos, fotografías y 'collages' surrealizantes, pero también porque abre el foco del mundo oryniano invitando a pasear por la importancia de las artes plásticas en su vida. Y no sólo sorprenden las obras desconocidas de Ory, también la de otros grandes amigos como Francisco Nieva del que se muestran unos inéditos dibujos surrealistas.
Este centenario de Carlos Edmundo de Ory es una gran oportunidad para colocar al poeta gaditano en el lugar que merece. Hay que sumergirse en su obra para quedar hechizados por sus poemarios, los relatos o los diarios que editó en su día su buen amigo Jesús Fernández Palacios. Sin olvidar el poder fabuloso de sus aerolitos, esa particular cosmografía lírica, quintaesencia poética con trozos de irrealidad brevísima: «Epitafio para mi tumba: aquí yace nadie». Pero también es un buen momento para adentrarse en su biografía repasando las ciudades del poeta. Tenemos su epílogo biográfico en Thézy-Glimont donde levantó su cabaña poética al modo de otras cabañas de pensadores como las de Wittgenstein, la torre de Tubinga de Hölderlin, la de Montaigne o la de Heidegger en la Selva Negra. Está Amiens con su mítico taller de poesía abierta, el Atelier de Poésie Ouverte (APO) con poetas jóvenes a los que llamaba «mis carboneros». Y el gran París que lo deslumbra en su juventud y donde lo vemos en una buhardilla del Boulevard Saint-Germain o con los cabellos al viento en las fotos azules del poeta y fotógrafo Lutfi Ozkök.
También está el Madrid de Ory, un Madrid de largas noches de soirées de posvanguardia y pensiones amarillas de tabaco donde brindar por la poesía. Son las llamadas pensiones del postismo desde Garde House hasta la casa de la calle Castelló que definió así en su diario: «Mi cuarto es el Cáucaso y yo soy mi propio buitre».
Pocos creadores han dejado tanta huella en los lugares donde vivieron. Hay que visitar el Cádiz de Ory para descubrir la casa natal con sus balcones al Atlántico, su archivo en la blanquísima calle Ancha y leer aerolitos junto a su estatua en la Alameda Apodaca. Una estatua que es puro Ory, una figura de bronce que acaba de bajar del pedestal para huir hacia los paisajes marinos. Una estatua a la misma altura que el paseante y a la que se le puede echar un brazo por el hombro y hasta darle un beso en las mejillas frías. Mientras sube la marea y sopla «la sinceridad bruta del viento».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete