Editorial
Servir a España y la Corona
Jaime Alfonsín ha sido un eje vertebrador de todas las respuestas de la Corona a los desafíos que se le han presentado en esta década, la más difícil desde 1978
El relevo anunciado en la jefatura de la Casa del Rey no es un episodio administrativo de ámbito interno en el palacio de La Zarzuela, sino una sucesión de muy alta relevancia para el desarrollo de las funciones asignadas por la Constitución a la Corona. Después de casi treinta años al servicio de quien fue Príncipe de Asturias y hoy Rey de España, Jaime Alfonsín cede el testigo al diplomático Camilo Villarino y asumirá la condición de consejero personal de Felipe VI. Alfonsín ha escrito su historia en La Zarzuela con el lenguaje de la lealtad, la discreción y la eficacia, acompañando a Don Felipe en los momentos cruciales de su vida personal, familiar e institucional. Reducir su papel al de mero consejero personal no solo representa un desconocimiento profundo de las funciones del cargo que asumió en 2014 –la jefatura de la Casa del Rey–, sino una ignorancia directa sobre el protagonismo constitucional del Monarca, en cuya ejecución ha participado personalmente Alfonsín con el éxito que notoriamente se aprecia en el afecto de los españoles por la Corona. El trabajo de Alfonsín no se ha desarrollado en un contexto particularmente favorable. El acceso de Don Felipe al trono, en 2014, se produjo por el declive de la figura de su padre, Juan Carlos I, que arrastró a la propia institución monárquica a un debate público aprovechado por los sectores políticos y sociales que ansiaban una oportunidad para cuestionar la monarquía parlamentaria. Sin embargo, la gestión de una crisis que era tanto familiar como institucional se encauzó con unos compromisos de transparencia y regulación en el seno de La Zarzuela que pronto dieron el fruto de una Corona reforzada, por sus propios méritos y por el contraste con el deterioro de otras instituciones y poderes del Estado. Alfonsín siempre estuvo en el guión de estos acontecimientos, gracias no solo a la confianza depositada en él por el Rey, sino también por su sólida formación jurídica como abogado del Estado.
El clima político que ha contaminado la década a la que ahora pone término Alfonsín como jefe de la Casa del Rey ha sido un pulso constante al difícil equilibrio que el titular de la Corona debe observar entre la discreción de sus intervenciones y la fuerza de su compromiso con España y la Constitución. La crisis que desató el separatismo catalán desde el primer referendo ilegal de 2014 ha sido el patrón de medida que las fuerzas políticas antimonárquicas han aplicado a los discursos públicos de Felipe VI. Desde el pronunciado el 3 de octubre de 2017 hasta el de Navidad de 2023, la izquierda extrema y el nacionalismo no han dejado de buscar argumentos para socavar la Corona, la única institución a la que pueden mirar los españoles sin retirar los ojos por hastío o vergüenza. Tanto empeño en atacarla ha acabado por hacerla más fuerte, gracias a la firme determinación de la Casa del Rey por mantenerse en la senda de la ejemplaridad pública y a la propia voluntad del Monarca de no ser, ante los ataques a la convivencia y a la Constitución, una figura decorativa y silente. Alfonsín ha sido un eje vertebrador de todas las respuestas de la Corona a los desafíos que se le han presentado en esta década, la más difícil desde 1978, sin duda, porque muchos de los llamados a defenderla y a ser leales con ella, por sus responsabilidades en el Consejo de Ministros, han sido los primeros en avivar el republicanismo anticonstitucional. Alfonsín puede sentirse legítimamente satisfecho con el resultado de su trabajo y decirse a sí mismo: misión cumplida.
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