PERDIGONES DE PLATA

Las señoritas

Las contratan abusando de su poder, y eso se me antoja abyecto, terrible, asqueroso

Quemar la ciudad

Mover el culo

En todo este lío tan grasiento de las presuntas propinas que Aldama derramaba por ahí, según su versión, encontramos un interesante factor humano, digámoslo así, que rompe la codicia del vil metal con el asunto de las «señoritas», pulcro eufemismo que acaso nació con ... el célebre cuadro de Picasso, esas cinco prostitutas que formaban la alegre cuadrilla de 'Las señoritas de Avignon'. Se machihembran, pues, la codicia y la lujuria. La condición humana y sus pasiones, sus instintos, sus rincones oscuros, sus humedades de sesera rijosa, en fin.

La golfemia que propinaba sablazos sin piedad, los ventripotentes industriales de vozarrón aguardentoso, los ricos herederos de mente descalabrada, los políticos de mostacho prusiano, los habituales de cartera poderosa que nace en el linaje del ringorrango, siempre buscaron el reposo del guerrero allá en los famosos burdeles de su tiempo. Me temo que ahora también, pero con escasa poesía porque, si leemos las obras de principios de siglo, en aquellos putiferios de postín se tertuliaba, se cenaba, se bailaba, se discutía, se maquinaban intrigas y, por supuesto, se alternaba con las susodichas señoritas custodiadas por la madame de turno. Como todo evoluciona, volvamos al «presuntamente», que toda precaución es poca y uno es cauteloso, me llama la atención lo de alquilar pisos para que ciertos mandamases pudiesen organizarse sus apetitos de rebotica clandestina con las señoritas. Ese piso que no es sino el apartamento donde Billy Wilder incrustó a Jack Lemmon, sumado a una señorita a modo de carnaza pagada por el conseguidor, supone un dos por uno bastante acorde con la chabacana época que nos ha tocado vivir. Para domesticar las voluntades y extraer suculenta tajada, observamos que la figura de la señorita con taxímetro incorporado resultaba fundamental, imprescindible, y esta atroz mezcla de tráfico de influencias y tráfico de señoritas, nos repugna porque apesta. Contratan a las señoritas abusando de su poder, y eso se me antoja abyecto, terrible, asqueroso.

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