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editorial

Sánchez: Franco, Franco, Franco

Moncloa prefiere invocar un fantasma que relaciona con la ultraderecha antes que reivindicar el logro de la Transición, fraguado en una Carta Magna que lamina por la puerta de atrás

Editorial ABC

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El primero de los actos por la conmemoración de los cincuenta años del fallecimiento de Francisco Franco que ha preparado el Gobierno invoca a un espíritu que nada tiene que ver con el de la Transición. Si el proceso que llevó a España a migrar desde un régimen autoritario hasta el nacimiento de la democracia se basó en la unión entre distintos, la celebración del medio siglo sin Franco funciona a favor de la división entre los semejantes y el envilecimiento del contrario. Que el primer acto se programara en coincidencia con la entrega de despachos por parte del Rey y sin el consenso del principal partido de la oposición apunta a que lo que pretende Pedro Sánchez es quedarse solo. El esquema de las cosas pretende apuntar que sólo él está en contra del franquismo e identificar, engañosamente, cualquier señal de malestar por las formas como un apoyo a la dictadura. Muy al contrario, el sistema que nos dimos los españoles supuso un acto de rotunda generosidad cuya celebración debe imperativamente hacerse en la concurrencia de todas las opciones políticas posibles y no de una manera tan estrecha que parece hecha de parte. Pedro Sánchez prefiere invocar el fantasma de Franco, identificado como espíritu de lo que denomina ultraderecha, que reivindicar el logro común de la Transición, fraguado en una Constitución que ahora lamina por la puerta de atrás, y de un 'régimen del 78' que sus socios insisten en liquidar. Conmemorar la muerte de Franco no solo le es más rentable políticamente, sino más coherente con su rechazo a los consensos que marcaron el arranque de la democracia.

El Gobierno no puede exigir que las fuerzas políticas y otras instituciones se sumen sin reservas a una programación de actos institucionales que terminan siendo de partido. La política de nuestros días, que se despliega en vuelos cada vez más cortos y cicateros, no puede deslucir un asunto tan medular para la identidad de nuestra nación como la reivindicación de la democracia. Por eso no podemos pasar por alto que se haya elegido como pistoletazo de salida la muerte de Francisco Franco, que no significó el comienzo de las libertades. Los sucesos históricos que vinieron, siendo más oportunos, no le sirven, pues suponen la reivindicación de otros agentes como los partidos de la derecha y la propia Corona que le resultan tan ajenos al Gobierno que pareciera que los evita.

No se explica bajo ningún punto de vista razonable que no sea un encontronazo institucional con Zarzuela que la comisaria de la conmemoración sea una persona que se ha mostrado abiertamente antimonárquica. La reivindicación de la Corona como responsable del cambio de régimen, siendo históricamente inapelable, incordia a los socios de la mayoría menguante de investidura, y por eso se orilla junto al resto de participantes relegados al otro lado del muro que prometió levantar Moncloa.

En la interpretación de la iniciativa es difícil abstraerse del contexto actual en el que se multiplican los frentes para el Gobierno. Le pesan las cuitas judiciales que implican a su familia, a su partido, a sus ministros y al fiscal general. Además, acarrea la desunión de su pretendida mayoría parlamentaria entre partidos a los que le resulta cada vez más difícil sintonizar y las encuestas no le son favorables. Desde el comienzo de su andadura, cada vez que el sanchismo bracea en las diversas tormentas que le asolan, se agarra a la dictadura y agita su fantasma con una reiteración que ya no reverdece los ánimos ni de su propio electorado, pero insiste: Franco, Franco, Franco. Ahora lo trae de nuevo a la actualidad como pegamento entre sus aliados y para resucitar una legislatura que parece herida de muerte.

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