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EDITORIAL

Reflexión en el Vaticano

Tras el alta hospitalaria del Papa y la gravedad de su enfermedad, la pregunta de los católicos es qué va a pasar para que pueda atender las necesidades de gobierno de su Iglesia

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La vuelta del Papa Francisco a su residencia de Santa Marta ha sido una noticia que alegró a cientos de millones de católicos, incluso a creyentes de otras confesiones y a no creyentes, porque el Sumo Pontífice es, por sí mismo y por cuanto representa, la encarnación de unos valores universales de paz y convivencia. Su larga estancia –más de un mes– en el Hospital Gemelli ha sido una dura prueba para la salud del Papa Bergoglio, superada con un alto coste para su disponibilidad al frente de la Iglesia Católica. La imagen del Papa en la terraza del Hospital Gemelli era la de un hombre firme y recio, decidido a transmitir a través de su bendición la continuidad en la sede petrina, fundada hace dos mil años. Pero también fue la imagen de una bendición que le supuso un enorme esfuerzo, precedida por unas palabras pronunciadas con un sacrificio físico desproporcionado. Su vuelta a Santa Marta no significa la curación de sus problemas respiratorios, sino, en el mejor de los casos, su estabilización en el estado actual. Sería muy optimista confiar en una mejoría sustancial en los dos meses de reposo que le han prescrito al Santo Padre. Por eso, la pregunta que se hacen los católicos ahora mismo es qué va a pasar con el gobierno de su Iglesia.

La renuncia de Benedicto XVI ha estado presente como telón de fondo de la hospitalización del Papa Francisco, durante la cual, según ha manifestado su equipo médico, estuvo a punto de fallecer el 28 de febrero por un broncoespamo muy grave. Aquella renuncia anunciada por el Papa alemán el 11 de febrero de 2013, fiel aprendizaje de la terrible agonía pública de Juan Pablo II, fue un punto de inflexión en la percepción del Papado, visto hasta entonces como una cruz de la que solo se bajaba muerto. Ratzinger hizo ver que la sucesión de Pedro es un oficio al servicio del proyecto intemporal de la Iglesia Católica, pero un oficio humano, al fin y al cabo, que exige sólidas capacidades físicas y mentales. Es una limitación humana que en nada desmerece a quien asume la condición de Vicario de Cristo en la tierra. Ese cambio de paradigma en el ejercicio de la responsabilidad papal fue recogido de forma explícita como un compromiso personal por el Papa Francisco, quien, en una entrevista a ABC en diciembre de 2022, reveló que tenía firmada una carta con su renuncia «en caso de impedimento médico». Esa revelación a este periódico cobra un significado actualizado del que la comunidad católica no puede ni debe de abstraerse.

El estado de salud del Papa Francisco invita a una reflexión sobre el futuro inmediato de la Iglesia. Hay muchas decisiones en el gobierno ordinario de la misma que pueden ser asumidas por los órganos colegiados o miembros de la Curia que se integran en la Santa Sede. Pero otras funciones son privativas del Santo Padre y, aunque su ejercicio no esté sometido a una determinada temporalidad, tampoco conviene aplazarlas llegado el momento de su necesaria adopción. El tiempo actual también es convulso para la Iglesia Católica y sus fieles necesitan los criterios de Roma. El pontificado de Francisco se caracteriza por una sucesión de innovaciones, no tanto en el magisterio de la Iglesia o en la tradición apostólica, sino, precisamente, en el gobierno de la Curia, en el saneamiento interno de la propia Iglesia por los abusos a menores y en el desafío a debates siempre latentes, como el del papel de la mujer en la vida eclesial, el trato a los divorciados y homosexuales o el diálogo con la sociedad laica. Precisamente, la apertura al mundo ha sido una preocupación de Francisco, no para mundanizar el mensaje de la Iglesia, sino para hacerlo entender por los ciudadanos de un tiempo que ha pasado del ateísmo y el agnosticismo a la indiferencia hacia Dios. Junto a los grandes desafíos de la paz en Europa y en Oriente Próximo, de los movimientos migratorios y de la propia unidad interna de la Iglesia Católica, todos estos rasgos del pontificado de Francisco acentúan la necesidad de una respuesta a esa pregunta sobre el futuro del gobierno del orbe católico. La opción de confiar el mando de la barca de Pedro a un grupo de colaboradores, por muy cercanos y fieles que sean al Papa, cuenta con severas limitaciones, no solo por esas funciones jurídica y canónicamente indelegables del Sumo Pontífice, sino también porque el papel de Francisco no puede quedar reducido a un sentido meramente testimonial. No es este el significado de la función papal, justificada por la íntima vinculación del Papa con el mandato recibido por el colegio cardenalicio que lo elige.

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