editorial

Leyes trans, mujeres y deporte

La competición deportiva se basa en una igualdad inicial de condiciones físicas entre los deportistas. La biología, sin adjetivos, es determinante para no distorsionar los resultados

María Pérez: «Hay que regular lo de las atletas trans; tienen un cuerpo diferente»

El caso de la atleta española Melani Bergés es la última llamada de atención sobre la necesidad de regular con coherencia la participación de mujeres transgénero en competiciones femeninas. Bergés tiene discapacidad visual y prácticamente tenía asegurada su presencia en los Juegos Paralímpicos de París, en 2024. Sin embargo, su participación en esta cita se frustró tras verse superada, en una semifinal del Mundial celebrado recientemente en la capital francesa, por la mujer trans Valentina Petrillo, de 49 años, quien hasta hace cinco años se llamaba Fabrizio. La polémica no es nueva, pero tampoco está discurriendo por cauces razonables para llegar a una solución justa. Por el contrario, cualquier intento de debatir la cuestión se topa con el veto o el insulto de quienes consideran que la transexualidad es un dogma intocable.

La competición deportiva se basa en una igualdad inicial de condiciones físicas entre los deportistas. La biología, sin adjetivos, es determinante de esa igualdad para que los resultados no se distorsionen y no se arruine la esencia de la disputa deportiva. La capacidad física de quien biológicamente es un hombre no se transforma en femenina solo por el hecho de que se sienta mujer y jurídicamente reciba el tratamiento como mujer. La inclusión de las deportistas transgénero ha de realizarse con unas pautas de igualdad entre iguales, porque el desconocimiento de esta realidad conduce a situaciones objetivamente injustas, desde el punto de vista deportivo, como la que ha vivido Melani Bergés. El escenario que resulta de esta falta de consideración por la realidad biológica es el desplazamiento de la mujer en un ámbito en el que ha tenido que esforzarse especialmente, como es el deportivo, para alcanzar un reconocimiento que se aproxime al que recibe el deporte masculino. Es comprensible que para muchas mujeres deportistas, que han hecho enormes sacrificios personales, incluyendo el de la maternidad, para alcanzar un alto nivel de competitividad, resulte frustrante la irrupción de mujeres transgénero que compiten con la ventaja de la biología masculina. Además, la inclusión de las mujeres transgénero en el deporte femenino se está convirtiendo en un arma de doble filo para ellas mismas, porque fuerza, hasta quebrarlas, las bases de la competición deportiva y acentúa públicamente lo que es por naturaleza cromosómica diferente. Lo razonable es que las federaciones internacionales huyan de la corrección política, garanticen la integridad del deporte femenino y canalicen la participación de las mujeres transgénero a través de competiciones específicas. El caso de Valentina Petrillo no es el único de mujeres trans que han roto marcas en deportes femeninos. Le han precedido el de Lia Thomas, mediocre como nadador y exitosa como nadadora; o el de la ciclista Tiffany Thomas, quien, con 46 años, ha cosechado numerosas victorias en EE.UU.

El ejercicio de los derechos de las personas siempre debe ajustarse a criterios racionales, empezando por el de no confundirlo que es una aspiración personal, por legítima que sea, con un derecho fundamental porque eso hace muy conflictiva la convivencia. El deporte es el único ámbito donde las diferencias de raza o nación pueden pasar a un segundo plano. Incluso puede decirse que el deporte ha sido para muchos pueblos la oportunidad de revertir su marginación o de reivindicarse, pese a su pobreza, ante el resto de la Humanidad. Sería un grave error introducir en las competiciones femeninas un factor de desigualdad objetiva solo por satisfacer acríticamente determinados postulados ideológicos o antropológicos que socavan el largo esfuerzo de la mujer por su igualdad frente al hombre.

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