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EDITORIAL

Hamás e Israel, frente a frente

A Netanyahu le conviene reducir al máximo el coste moral de esta operación, porque de ello dependerá el tiempo necesario para volver a intentar crear un entorno estable y realista

Editorial ABC

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El brutal ataque terrorista de Hamás contra Israel ha arrasado con todos los paradigmas políticos en los que se han basado hasta ahora los intentos de entender la situación en Oriente Próximo. Nada volverá a ser lo mismo ni para los israelíes ni para los palestinos; tampoco para los musulmanes en general ni probablemente para las sociedades europeas, donde residen millones de judíos y de árabes que se sienten íntimamente vinculados al drama que tiene lugar en aquella parte del mundo y ante el que resulta imposible permanecer indiferente. Después de las atrocidades cometidas por los terroristas de Hamás en su ataque injustificable, la respuesta de Israel añade sufrimiento y pérdida de vidas humanas y acumula daños en un conflicto que se eterniza desde mediados del siglo pasado. Aunque los muertos en ambos lados se cuenten ya por millares, por desgracia, en estos momentos cualquier perspectiva de detener la violencia a corto o medio plazo resulta ilusoria. Europa deberá coordinar de forma precisa su posición conjunta, preservando el cumplimiento del Derecho Internacional Humanitario, exigiendo el respeto de las resoluciones de los organismos internacionales y vigilando muy de cerca los brotes de odio y hasta de violencia que puedan surgir en su territorio.

La trayectoria del actual primer ministro israelí, el polémico Benjamin Netanyahu, procesado por corrupción, halcón entre los halcones, obsesionado por la seguridad y el control del poder judicial, es un buen ejemplo de que la forma en la que se han enfocado históricamente los sucesivos intentos de resolver este conflicto no era la correcta, e incluso en ocasiones ha sido contraproducente. Y el bárbaro ataque de Hamás demuestra también que el camino más eficiente y constructivo era el que estaba a punto de concretarse con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudí, y que por ello la dictadura teocrática de Teherán ha decidido sabotearlo, quién sabe si para siempre, para salvaguardar sus propios y siniestros intereses.

Los palestinos que habitan en la franja de Gaza no pueden ser tomados colectivamente como responsables últimos de los crímenes terribles que han cometido los terroristas. Son víctimas ahora de esta operación de respuesta de Israel y lo han sido hasta ahora de los manejos inaceptables de Hamás. A Israel no se le puede negar el derecho a proteger a sus ciudadanos, y mucho menos ahora que sus enemigos han tomado un gran número de rehenes, también inocentes. Sin embargo, precisamente para que Israel pueda seguir siendo considerado como un país democrático y respetuoso con los estándares occidentales, Netanyahu está obligado a evitar todo daño inútil a los civiles, sobre todo si está pensando en una acción terrestre que desemboque en una presencia militar prolongada en Gaza, hasta limpiarla de fanatismo islamista. De hecho, a Israel le conviene reducir al máximo el coste de esta operación por más necesaria que sea, porque de ello dependerá cuánto tiempo necesitará para volver a intentar crear un entorno estable y realista en el que todos –israelíes y palestinos, árabes y judíos– vean reconocido mutuamente su derecho a existir. Pero este escenario, si llega, tendrá que ser acompañado con una nueva visión del problema, lejos de las interferencias espurias y de los discursos maniqueístas que han contaminado hasta ahora todos los análisis del conflicto.

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